Meditación 7

Meditación 7

Cómo me dan pena las abandonadas…

 

 Conversando con una señora, devota de Madre Clarita, me decía que ella sentía a la Sierva de Dios muy cercana a su vida, porque a ella también la había abandonado su marido.

 Este es uno de los acontecimientos más dolorosos en la vida de Madre Clara María y en la de sus hijos, porque la separación de sus padres afecta profundamente el psiquismo y la conducta de los hijos.

 Todos sabemos como Clara del Carmen Quirós contrajo matrimonio con Félix Alfredo Alvarado más por obedecer a su madre que porque realmente quisiera formar una comunidad de vida y de amor con aquel joven costarricense al que apenas conocían.  No obstante, una vez casada, Doña Clara fue una esposa y una madre modelo que hizo del matrimonio, con sus gozos y sus sombras, un camino de santidad.  Doña Clara Quirós fue “la perfecta casada”.

 Don Alfredo, en cambio, era un hombre veleidoso, dado a los gastos excesivos y sin control, poco realista, es decir con un desfase entre lo deseado y las capacidades, inmaduro, sin una verdadera experiencia de familia y muy limitado en cuanto a compromisos que, como el matrimonio, implican toda la vida de toda la persona.  Un canonista actual diría que había en él un “grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar”.

 El año 1884 falleció el abuelo de Doña Clara, Lic. Don Félix Quirós,  y este hombre que durante su vida no quiso conocer a su nieta, hija legítima de su hijo mayor Daniel,  se acordó de ella en su testamento, dejándole en herencia la parte de su fortuna que hubiera correspondido a su hijo, que había muerto en 1867. Para aquellos años era una cantidad nada despreciable: 26,000 pesos, aproximadamente.

 Doña Clara del Carmen, pensando en sus hijos, y en la prodigalidad de su marido, solicitó a un juez le concediera la administración de sus bienes, separando de ello a Don Alfredo a quien por ley le correspondía administrar los bienes de su esposa. El juez segundo de Primera Instancia Civil de Santa Tecla, oyendo a algunos testigos presentados por la Demandante que afirmaban la insolvencia económica del Demandado,  Don Alfredo poseía numerosas deudas que no había cancelado, resolvió otorgándole a Doña Clara de Alvarado la ilimitada administración de los bienes heredados.

 En febrero de 1885, Alfredo Alvarado, abandonó el domicilio conyugal en Santa Tecla.  En mayo del mismo año, seguía en domicilio desconocido, como afirma un documento judicial.

 Lleno de resentimiento por la decisión prudente y justa de su esposa, Alfredo, sin reflexionar suficientemente, se aparta de su familia, aunque en principio continúa viviendo en San Salvador. Decimos sin reflexionar, porque en el mes de septiembre se entrevista con el Obispo de San Salvador, Monseñor José Luis Cárcamo y Rodríguez,  contándole su propia versión de los hechos, como suele suceder, y, además, solicitando su intervención ante su esposa para que reanuden la convivencia matrimonial.

 La falta de principios morales de Don Alfredo Alvarado queda de manifiesto cuando sabemos que en esta misma época escribe una carta a su esposa en la que la trata duramente, con insultos y calumnias, llegando incluso a la bajeza de escribirle un anónimo con toda clase de improperios  y dudando, sin ningún fundamento, de la pureza de su relación con algún sacerdote, muy allegado a la familia.

 La actitud del mal esposo, tan carente de hombría, que aprovecha cualquier ocasión para hablar mal de su honesta esposa, ofende tanto el sentido moral y de justicia del pueblo tecleño que piden a las autoridades que lo expulsen del país por extranjero indeseable.  Así es como Alfredo Alvarado marcha a Guatemala desde donde continúa con los ataques a su esposa y, contradictoriamente, exigiendo a las autoridades eclesiásticas que obliguen a Doña Clara del Carmen a marchar a Guatemala con sus hijos.

 El Vicario Capitular de San Salvador, Monseñor Miguel Vechiotti,  ante las denuncias y constantes apremios del Señor Alvarado, inicia una investigación sobre el asunto y concluye declarando la inocencia de Doña Clara del Carmen, a quien define como una mujer piadosa, y afirmando que de caer en manos de Alvarado la herencia recibida por su esposa, en muy poco tiempo ésta y sus tiernos hijos, María Modesta del Carmen, la mayor, tenía apenas diez años, se verían obligados a mendigar el pan.

 No conforme con esto, Alvarado, se dedicó a difamar a su esposa no sólo con denuncias ante las autoridades eclesiásticas sobre las relaciones sospechosas de Doña Carmen con su director espiritual el Padre Félix Sandoval, sino que, incluso, es posible que las haya publicado en un periódico guatemalteco de la época.

 Pero Dios es el defensor del inocente y confunde la lengua de los calumniadores.  Ante esta dramática situación Doña Clara del Carmen, guardó silencio, no comentó ni dijo nada, aun años después de ocurridos los hechos.  Su conducta sin tacha, su vida de piedad, su entrega amorosa a Dios y a los pobres fueron los mejores argumentos en contra de las odiosas calumnias de Alfredo Alvarado.  Dijo Rubén Darío que el barro puede manchar a un diamante, pero aún así el diamante seguirá siendo diamante.

 Convencido de la inutilidad de sus pretensiones Alvarado abandonó Guatemala y se mudó a Nicaragua, de Nicaragua se trasladó a Puerto Limón, en su natal Costa Rica, en donde alcoholizado y lleno de remordimientos falleció de un ataque al corazón en octubre de 1905.

 Madre Clara María perdonó de corazón a su esposo, rezaba con frecuencia por él y al enterarse de su muerte pidió al Padre del Cielo que no tuviera en cuenta su pecado y le abriera las puertas de su misericordia.

 Las personas que nos hacen mal, que nos dañan, que nos destruyen, en el fondo nos están ayudando a ir al cielo, por eso el Santo Evangelio nos invita a orar por aquellos que nos persiguen, nos calumnian y dicen toda suerte de cosas malas de nosotros. La muerte de Alfredo abrió a Doña Clara la posibilidad de realizar la aspiración de toda su vida: consagrarse totalmente al servicio de Dios.

 Roberto Bolaños Aguilar

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Meditación 6

Madre Clara María, modelo de patriotismo


Cuando se declaró a Madre Clara María como hija meritísima de El Salvador, la Honorable Asamblea Legislativa, la propuso como modelo de los valores espirituales, morales y cívicos propios de la mujer salvadoreña.

Hasta hoy, en nuestro país, hemos celebrado el patriotismo heroico de nuestros Próceres, pero gracias a las investigaciones de algunos de nuestros historiadores, entre ellos el Lic. Carlos Cañas Dinarte,  sabemos que también hubo mujeres que lucharon valerosamente por nuestra independencia y que también merecen el título de Próceres de nuestra Patria.

El heroísmo de muchas mujeres ha sido constatado en los anales de la historia.  Se cuenta que las madres espartanas cuando sus hijos iban a la guerra, realizaban una ceremonia muy importante para mover a sus hijos al heroísmo, entregándoles el escudo de guerra les decían:  Retorna con el o sobre el, es decir, vuelve victorioso o muerto, porque no quiero un hijo que no esté dispuesto a dar su vida por salvar a su patria.

 El patriotismo es el amor, el respeto y la búsqueda del bien de la tierra que nos vio nacer.  En este sentido el amor a la patria es uno de los sentimientos y virtudes más nobles de las personas humanas.

 El amor a la Iglesia, que es nuestra madre, el pueblo en el que hemos nacido para la vida eterna, también es un sentimiento que ennoblece y santifica al que lo vive.  La Reina Blanca de Castilla, madre de San Luis, Rey de Francia, solía decir a su hijo, para moverlo a vivir su fe de manera heroica: Prefiero verte muerto a que cometas un solo pecado mortal.

 Don Alberto Masferrer, en su obra, nos acerca a un concepto de patria y patriotismo, que creemos importante para comprender el patriotismo de Madre Clara María.   La palabra Patria, dirá el escritor salvadoreño,  significará en primer lugar y sobre todo, LA VIDA DE LOS SALVADOREÑOS QUE VIVEN ACTUALMENTE.  El escudo, la bandera, los próceres, los antepasados, las guerras con los vecinos, Atlacatl, la mitología india y todo lo demás que forman el ayer, pasará a segundo término, por muy interesante que parezca.

 El insigne historiador salvadoreño, Don Roberto Molina Morales, en su libro sobre tecleños ilustres, presenta a Madre Clara María, Fundadora del Hospicio de Belén, como matrona amante de la Patria hasta el punto que ofrece a Dios la vida de uno de sus hijos  con tal de salvar a la Patria que se haya en peligro por la invasión de las tropas guatemaltecas de Justo Rufino Barrios. 

 Justo Rufino Barrios no sólo fue derrotado en las afueras de la ciudad de Chalchuapa, cuando ya había tomado Santa Ana, sino que perdió la vida en la batalla.  Entonces, dirá, Don Roberto Molina, Dios aceptó el sacrificio de Doña Clara de Alvarado y se llevó a María Francisca Mercedes que murió de difteria en marzo de 1885.

 Nunca hemos dudado de la seriedad del Historiador salvadoreño, pero tras algunos años investigando sobre la vida de la Sierva de Dios, no hemos encontrado un solo punto de apoyo a la hipótesis de Don Roberto Molina.  Teológicamente es poco congruente con la imagen del Dios cristiano, recordemos la escena del sacrificio de Isaac, que acepte ofrendas en la que vaya de por medio la vida de una persona, en este caso de una niña de apenas 4 años de edad.  Tampoco es congruente la escena con una madre cristiana que como Doña Clara amó tanto a sus hijos.

 ¿Qué es lo que quiso decir entonces el Autor?  Pienso que lo que quiso destacar fue el intenso amor de Doña Clara de Alvarado a su Patria, El Salvador.

 Tres aspectos, a mí entender, resumirían el patriotismo de la Venerable Fundadora: su amor al trabajo,  su entrega a la educación de la mujer, especialmente de las que por su condición socio-cultural  estaban marginadas de ella y, por supuesto, la búsqueda del bien para todos los salvadoreños.

 En vida de Doña Clara del Carmen confluyen dos aspectos que son muy comunes en las mujeres salvadoreñas: el primero, que muchas de ellas son abandonadas por sus esposos; el segundo, que son jefes de familia que tienen que trabajar fuertemente para satisfacer las necesidades de su familia, en este aspecto, es que las mujeres salvadoreñas poseen una gran fuerza moral, temple de carácter, capacidad de sacrificio y de trabajo.

 Uno de los biógrafos de Madre Clara María, el Padre Alberto Barrios Moneo, ha puesto de manifiesto su talento administrativo y su creatividad laboral, de modo que la llama algo así como la primera candidata a la santidad que  ha ejercido la profesión de corredora de bienes raíces (real state);  fundada en esto la autora o el autor de un folletito que anda por ahí dice que “Para solventar sus carencias económicas abre una agencia de ‘Bienes y Raíces’, detalle el más original de su vida, por el que será –no lo dudamos- declarada en su día Patrona ante Dios de quienes se dedican a semejante servicio en la sociedad.”

 El talento administrativo consiste en con pocos medios satisfacer todas las necesidades que se tienen.  Abraham Lincoln, dijo que “nadie –ni una persona, ni una familia, ni una nación-  podía subsistir si gasta más de lo que gana”, [1] en el fondo de este hermoso y  veraz pensamiento subyace la idea burguesa del ahorro – centavo ahorrado es centavo ganado, decía Mr. Magoo-.  Basta ver los libros de cuentas que Doña Clara del Carmen llevó en la Guardia del Santísimo y en la Hermandad de la Virgen de Los Dolores o el libro de cuentas de las Hermanas Carmelitas de San José desde su fundación hasta el año 1928 para confirmar el talento de la Sierva de Dios en el uso del dinero, un talento que posiblemente haya heredado de la familia Quirós, que aun hoy conforman una de los “trust” económicos más importantes del país.

 Parece que se ha extrapolado un poco lo de la dedicación de Doña Clara a la venta de inmuebles por medio de un representante, el negocio de bienes raíces, tal como lo concebimos actualmente, no existía en su tiempo.  Existen en los periódicos de la época algunos anuncios al respecto, pero nada más.  Lo que consta de manera más clara es que con la herencia recibida de su abuelo paterno compró al menos cuatro casas en Santa Tecla que daba en alquiler y así contaba con unos ingresos fijos que le permitían cubrir las necesidades familiares y ayudar a la Iglesia y a los pobres que acudían a ella.  Por otra parte, yo, preferiría ver algún día a nuestra Madre Clarita como Patrona de las esposas y madres abandonadas, ¡Dios lo dirá!

 A todos dejaba admirados la capacidad de trabajo de Doña Clara del Carmen.  Tenía tiempo para Dios, tiempo para su familia, tiempos para sus negocios, tiempo para la Iglesia, tiempo para los pobres, tiempo para sí misma; claro, que esta mujer extraordinaria era de poco dormir, cuando ya era religiosa, mientras las demás hermanas descansaban, ella seguía hasta altas horas de la noche trabajando en los talleres, cortando queso con un serrucho, cosiendo y remendando la ropa de las niñas o simplemente leyendo.  Estando ya bastante enferma, sus religiosas le decían que descansara y ella respondía con mucha dulzura: Mi descanso será  allá arriba, en el cielo.

Una de las características de la personalidad de Madre Clara María es su gran sensibilidad hacia el sufrimiento del prójimo y su valoración cristiana de la dignidad de las personas.  Uno de los historiadores de El Salvador afirma que una de las consecuencias de la extinción de los ejidos dictada por el Gobierno del Dr. Zaldívar fue la desintegración de la familia salvadoreña en las clases humildes. En los inicios del siglo XX se dio, además, un desplazamiento de las zonas rurales a la ciudad y con ello la aparición de nuevas formas de explotación, entre ellas la explotación sexual de la mujer.  ¿Quiénes eran más vulnerables a este tipo de opresión? Evidentemente las niñas y jóvenes que se encontraban desprotegidas socialmente.

 Este fenómeno, las niñas y jóvenes en peligro de corrupción moral, preocupaba grandemente a Madre Clara María.  Su respuesta a este fenómeno se orienta preponderantemente en el sentido de evitar la corrupción que de regenerar a las ya caídas, para ello piensa que la forma de prevenir es la educación integral de la mujer, por ello su obra se orienta a enseñar a las jóvenes a leer y escribir, a prepararlas con un oficio y, por supuesto, en cultivar en ellas el respeto al santo nombre de Dios y la práctica de las virtudes cristianas.  Madre Clara infundía en aquellas jóvenes la idea de su dignidad como personas y como hijas de Dios.  Desde esta perspectiva es como podemos afirmar que Madre Clara María es  benemérita de la educación nacional.

 Un episodio curioso en la vida de Madre Clara se dio cuando se intentaba aprobar la Constitución liberal de 1886.  En sus disposiciones, el proyecto de Constitución, contemplaba el divorcio y la educación pública laica que iban en contra de la doctrina católica.  Todos sabemos que el siglo XIX en El Salvador, y en América Latina en general, fue de constante conflicto entre liberales y conservadores.

 En una de sus Poesías, Madre Clara, describe al pueblo salvadoreño alejado de Dios, impío, viviendo en contra de las leyes divinas.

 Sus hijos!, ¡Pobre Patria!,   ¡han delinquido!

¡Han negado su fe y su religión!

Y al vicio y al error se han convertido,

Del liberalismo masónico al ruido,

Del malhadado naturalismo al son[2].

 Ampáranos propicia en estos días,

De escándalo y negra corrupción

Yo elevo a ti las pobres manos mías

Y entre sollozos, cantos y armonías,

Te ruego nos alcances tu perdón.

 La Iglesia Católica a través de sus pastores expresó su opinión en contra de aquellas disposiciones del proyecto constitucional que iba en contra de la ley divina y del derecho de los padres a escoger el tipo de educación que quieren para sus hijos.

 Los laicos también se organizaron, enviando a la Asamblea Constituyente cartas en las que se oponían al proyecto de Constitución, influenciado especialmente por la masonería.  En Santa Tecla, varones y mujeres, por separado, enviaron sendas cartas al Parlamento.  Los pliegos con cientos y cientos de firmas comenzaban con las de las personas notables de la Ciudad; entre las primeras mujeres que firmaron aquella petición en defensa del bien común, del bien de las familias y de la educación católica, estaba Doña Clara de Alvarado.  Un acto de verdadero patriotismo.

Roberto Bolaños



[1]    Esta frase célebre fue comentada, como sólo él sabe hacerlo, por el Dr. David Escobar Galindo, en una de sus colaboraciones sabatinas para La Prensa Gráfica.

[2]   Ciertamente en El Salvador el liberalismo y la masonería causaron mucho daño a la Iglesia Católica, contraponiendo su concepción del mundo naturalista a la de ésta.  No es que los liberales fueran ateos, al contrario, con frecuencia eran católicos,  católico como mis padres pero liberal como mis tiempos,  era su lema; otro en cambio habían renunciado a la idea del Dios Cristiano para aceptar al Dios de los filósofos, es decir, que sin negar su existencia afirmaban que no intervenía para nada en los asuntos humanos.  Sorprende el conocimiento que Madre Clara tenía de las ideologías de su tiempo.  Cr. Roberto Bolaños, HISTORIA DE LAS IDEAS EN EL SALVADOR, Vol. IV, Siglo XIX.

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Meditación 5

Una Seglar Comprometida

El encabezado de este apartado puede parecer anacrónico, ya que el término “seglar comprometido” es de nuestro tiempo, posterior al Concilio Vaticano II, pero a Doña Clara Quirós de Alvarado se le puede con toda propiedad, adelantándose a su época, llamar una seglar comprometida.

A principios de este siglo cierto autor francés de cuyo nombre no quiero acordarme escribió, hablando del papel de los laicos en la vida de la Iglesia, que este se reducía al de los “corderos de Santa Inés: sólo sirven para bendecirlos y trasquilarlos”.[1]  Aunque la afirmación del teólogo no es del todo cierta, hemos de reconocer que la revaloración del papel de los laicos en la Iglesia comenzó a partir de las dos grandes constituciones apostólicas Lumen Gentium, Luz de los Pueblos, y Gaudium et Spes,  Alegría y Esperanza, del Concilio Vaticano II.

Un seglar, es un católico, que quiere vivir su consagración bautismal en el mundo,  para impregnar las realidades temporales de valores evangélicos.  En cuanto bautizado, todo hombre y toda mujer, está llamado al anuncio del Evangelio, es decir, a presentar a Jesucristo y su mensaje como camino de plenitud y de salvación. 

Dentro de la Iglesia todos participamos de la misión de anunciar a Jesucristo, en razón de nuestro propio bautismo, aunque no todos tenemos conciencia de ello, de allí que el término seglar o laico comprometido signifique un bautizado que participa, desde la parroquia o un movimiento eclesial, de la misión evangelizadora de la Iglesia Católica.

El compromiso laical nace de una primera experiencia fundamental: el encuentro personal  con Cristo.  Sólo la persona que ha tenido una experiencia transformante de Cristo siente la necesidad de anunciarlo a los demás.  En este sentido podemos recordar la parábola de la dracma perdida, como la mujer barre toda la casa y cuando la encuentra sale muy contenta a contarle a sus vecinas que ha encontrado la dracma que había perdido.

Hace algunos días, leía en la vida de un santo esta expresión:  No es posible narrar en pocas páginas la vida de un santo. Quizás tampoco sería factible hacerlo en varios volúmenes. Se pueden describir hechos externos, pero ¿quién puede penetrar en la intimidad de una vida santa?  El santo es un hombre de Dios, un alma que se ha identificado con Jesucristo, ‘como Tú Padre, estás en mí y yo en Ti (Juan 17,21)…  No obstante, los santos no son superhombres, ni personas fuera de lo común, seres inenarrables. [2]

La experiencia de Dios en los seres humanos es gradual, como un proceso de iluminación que va desde la penumbra hasta la plena luz, no sin tropiezos y dificultades pero siempre con una total fidelidad a la gracia.

Madre Clara María de Jesús fue sumamente pudorosa con su vida espiritual, pocas veces hablaba sobre ello, alguna vez, en ese ambiente de confidencia que se da entre madre e hijas, habló a sus religiosas sobre su experiencia de Dios, dijo cosas maravillosas, pero les pidió que nunca lo contaran a nadie, al menos mientras ella viviera.

No obstante, la intensidad de su experiencia espiritual se trasluce en su alegría, en su abandono en manos de la Providencia, en su fe a toda prueba, en su esperanza sin desfallecimientos, en su caridad ardorosa, en sus escritos, etc.  Pero, aun así, continúa siendo verdad que la historia de un alma no se puede narrar, ni ficcionar.   Por sus frutos los conoceréis, dice el Evangelio.

Presiento que la experiencia espiritual de Madre Clarita comenzó muy temprano, en torno a los ocho o nueve años, cuando realizó su primera comunión y que tuvo su origen en una precoz devoción a la Santísima Eucaristía que la hacía madrugar, en ocasiones excesivamente, para asistir a la Santa  Misa.

Con el paso de los años fue madurando y creando en ella auténticas actitudes de oración.  Siendo ya religiosa y fundadora, decía una de sus primeras compañeras en el Convento de Belén que cada vez que pasaba por la capilla, estaba Madre Clara de rodillas ante el Santísimo.

Uno de los aspectos positivos del sufrimiento es que puede abrirnos a la experiencia del Dios de todo consuelo.  La vida matrimonial de Doña Clara del Carmen era para ella fuente de muchos sinsabores e insatisfacciones que se guardaba sólo para sí, o para el sacerdote que se encargaba de dirigirla espiritualmente.  Don Alfredo Alvarado, un hombre egoísta, que vivía para sí, no era capaz de satisfacer la necesidad de amor, de ternura, de diálogo y comprensión que necesitaba una persona de la capacidad espiritual de su mujer.  Posiblemente ella vivió también la experiencia de tantas mujeres casadas de sentirse utilizada, relegada a un segundo o tercer plano en la vida del marido, y viviendo, por ello, una gran soledad.

No todas las mujeres, sin embargo, encuentran la fuerza moral y espiritual necesaria para mantenerse firmes, como una frágil ola en contra de la tempestad. Ahí tenemos el ejemplo reciente y doloroso de Lady Diana  Spencer, Princesa de Gales.

En los momentos de gran dificultad, sea económica o conyugal, Doña Clara del Carmen no buscaba salidas fáciles, no consuelo en palabras engañosas, sino que su refugio era su Dios: ¿Señor, adónde iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna.

Me gustaría saber qué pensaba doña Carmen López viuda de Quirós cuando su hija le contaba algo de sus desconciertos conyugales. ¿Pensaría que se había equivocado al inducir a su única hija al matrimonio con un hombre al que apenas si conocían?, ¿Le aconsejaría paciencia y resignación para sobrellevar la pesada cruz del matrimonio? Ciertamente en su  madre Clara del Carmen no encontraba la palabra de aliento, de fuerza y de consuelo que necesitaba para sí misma y para ser el sostén moral de sus pequeños hijos.

Entonces Doña Clara se volvió a otra Madre, madre con mayúsculas porque es la Madre de Dios y la Madre nuestra: la Santísima Virgen María, que con razón es llamada Consuelo de los Afligidos.

Era a la Virgen María a quien Doña Clara del Carmen confiaba las amarguras más íntimas de su corazón y en quien encontraba el consuelo, la serenidad, la fortaleza necesaria para continuar adelante con su vida conyugal y familiar.  En estos primeros años de matrimonio ingresa como socia a la Hermandad de Nuestra Señora de Los Dolores, de la que a los pocos meses es nombrada por sus compañeras tesorera.

Doña Clara de Alvarado es una mujer con una profunda vocación contemplativa, pero, al mismo tiempo,  práctica y de acción, por lo que inmediatamente se organiza con sus compañeras de Hermandad para obtener fondos con el fin de renovar la imagen y las vestiduras de la Virgen de Los Dolores y, por supuesto, ayudar a los pobres en la medida de las posibilidades de la Hermandad. En su vida  Madre Clara María siempre estuvo convencida que el amor de Dios se muestra en el amor al prójimo, tal como lo enseña Jesús.

Su trabajo como tesorera de la Hermandad de La Virgen de Los Dolores fue tan eficaz, ordenado y discreto que mereció el elogio del Arzobispo de San Salvador, Monseñor Antonio Adolfo Pérez y Aguilar, mi ilustre antepasado, personaje, además, muy influyente en la vida de la Sierva de Dios, como lo veremos más adelante.

Dios va guiando el camino de nuestra vida, de tal forma que, sin violentar nuestra libertad, vayamos respondiendo a las mociones de su gracia con mayor intensidad y fidelidad.  La Hermandad de Los Dolores de la Virgen fue el primer peldaño en la entrega de Doña Clara del Carmen al servicio de la Iglesia y de sus hermanos más pobres, el segundo, fue su incorporación a la Guardia de Honor del Santísimo Sacramento.

Sin duda ninguna las Hermandades y Cofradías no han sido en la Iglesia Salvadoreña sólo una forma de agrupación de los fieles católicos con el fin de obtener ciertos fines, sino que también han abierto el camino de una auténtica experiencia religiosa a sus asociados.  Las Cofradías y Hermandades  representaron en su momento el papel que hoy tienen los movimientos eclesiales.

En su  Carta Encíclica  Iglesia de la Eucaristía el Papa Juan Pablo II afirma que el amor a Cristo en la Eucaristía se expresa aun en pequeños detalles como el cuidado que se tiene con los vasos y ornamentos sagrados, el amor se hace patente en las pequeñas cosas de cada día.  La finalidad de la Guardia del Santísimo Sacramento era precisamente ese: el cuidado amoroso de todo lo que tuviera que ver con la Santísima Eucaristía y, por supuesto, la adoración del augusto misterio del Santísimo Sacramento del Altar.

Pero es que la Hermandad del Santísimo Sacramento también enseña a sus socios el camino de la oración contemplativa a los pies de Jesús presente en el Sagrario.  Doña Clara del Carmen ya tenía  experiencia en el camino de la oración cuando se hace  de la Guardia del Santísimo, pero es en esta asociación donde descubre dos cosas importantes: el camino de la oración contemplativa y el gozo de la oración hecha a los pies del Santísimo.  “Su lugar favorito para la oración –dice Madre Magdalena del Sagrado Corazón-  era ante el Sagrario.”

La verdadera piedad eucarística no se queda en la mera adoración extática de tipo quietista, sino que trasciende necesariamente a un compromiso con los hermanos, que son sagrarios vivientes.

Una constante en la vida de las personas santas es que descubren en el sacerdote una especie de  transparencia de Cristo, el sacerdote, a pesar de todas sus limitaciones, es para ellas otro Cristo.  En este sentido es destacable la actitud de Santa Catalina de Siena  quien llega a afirmar que aunque el Papa fuera el mismo Demonio, si Dios permitiera que esto ocurriera, ella le obedecería.  Recordemos que la Santa Doctora de Siena solía llamar al Papa “el dulce Cristo en la tierra”.

En Madre Clara María, cuando aun era una señora casada, descubrimos esta  veneración por los sacerdotes, en quienes descubre al mismo Cristo, que la lleva a obedecerlos de una manera radical y a servirlos con la delicadeza de una madre.

En este sentido es como podemos entender el que a ella se le encomendara durante muchos años la administración de los ejercicios del clero.  Ella se convertía en Marta, atenta a todos los detalles, hasta los más ínfimos, de modo que nada faltara a los sacerdotes en esos días de contemplación que eran los ejercicios espirituales del Clero. Ella era Marta para que ellos fueran María.

Los primeros hermanos a los que Doña Clara de Alvarado quería servir era a sus sacerdotes. Pero eso no la hacía desvincularse u olvidarse de sus hermanos los pobres, sobre todo los más necesitados.  Es admirable que Doña Clara encontrara el tiempo necesario para cumplir con sus obligaciones como madre y esposa y además para visitar a los enfermos, a quienes prestaba los servicios más humildes, aun con enfermedades contagiosas, y acompañaba en la agonía con sus rezos, hasta que entregaban sus almas a Dios.

Otra dimensión importante de su servicio a los hermanos era la atención a los matrimonios en dificultades.  Iba a sus casas y allí, una vez que ellos le exponían sus problemas, entre los tres buscaban una solución de modo que el vínculo matrimonial no se rompiera.

Se cuenta que había una señora, Julia, a quien su esposo solía maltratar físicamente cuando estaba ebrio.  En esos terribles momentos, la señora agredida corría a buscar refugio en Madre Clara María, quien le daba acogida en el Convento de Belén, por lo menos, hasta que el marido, recobrada la sobriedad, iba a pedirle perdón y a llevarla consigo al hogar conyugal.

El Apóstol San Juan afirma que nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve, y es que el criterio de verdad de nuestro amor a Dios no puede ser otro que el amor a los hermanos, con preferencia a los pobres.  Este principio evangélico lo vemos maravillosamente realizado en Madre Clara María de Jesús,  que amó a Dios por encima de todo y a su prójimo como a sí mismo.

Roberto Bolaños



[1]    Había una tradición en Roma que las religiosas del Monasterio de  Santa Inés, se dedicaban a cuidar un pequeño rebaño de corderos, que en la fiesta de la Presentación del Señor eran bendecidos por el Santo Padre para que después las religiosas cortaran su lana y con ella elaboraran el palio que en su oportunidad el Papa entregaría a los Arzobispos como signo de su dignidad arzobispal.

[2]    Miguel Dolz, San Josemaría Escrivá, 6 de octubre de 2002,  (Ediciones RIALP S.A. Madrid, octubre 2002)   página 9.

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Madre Clarita

La Obra es de Dios …

Les invitamos a leer y conocer más sobre esta Obra de Dios en la Vida de Madre Clarita, la primera mujer salvadoreña camino a los altares.

Meditaciones

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Su nombre es Clara

…Su nombre es Clara

 Quiso Dios que una vez visitara Asís y fuera al convento primero fundado por Santa Clara Scifi, más conocida como Clara de Asís, y nos  mostraran su cadáver incorrupto tras mucho siglos de su muerte en Asís 1253. El cuerpo se encuentra conservado pero horriblemente ennegrecido por el paso del tiempo. A su vista me dije qué diferente de la Santa Clara de Zefirelli, joven, bella, rubia como los trigales de la Toscana. A pesar de ello pensé la santidad es hermosa porque ilumina la oscuridad de este mundo. Dice el Prólogo de San Juan, hablando de Jesús: “Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre.” (Jn 1,9)

Pensamos que el gran mérito de Santa Clara y sus Damas Pobres fue decir al mundo, que recién descubría el mercantilismo, que lo que realmente importaba era ser y no tener.

Estas actitudes vividas en cristiano como una forma radical del seguimiento de Cristo, iluminaron nuestro mundo y aún hoy, ocho siglos después de la primavera de Asís, lo siguen iluminando.

Por eso el nombre Clara se llena de un nuevo significado; Clara es la que ilumina, pero porque ella primero ha sido iluminada. Así se comprenden las palabras del Primer Obispo de Chalatenango, Mons. Alas, que los santos, son trasunto de Cristo, su copia fiel.

Muchos siglos habían de transcurrir, y muchas cosas tenían que cambiar, hasta que en una pequeña República latinoamericana, El Salvador, naciera una niña también amante de la pobreza,  de los pobres, y de la imitación de Cristo. ¡También se llamaba Clara!.

Dicen que llovía torrencialmente aquél día, 12 de agosto de 1857. Negros nubarrones encapotaban el firmamento; hacía varios días que no cesaba de llover 

Cuenta la tradición que el día que nació, estaba lloviendo torrencialmente. Pero, por un prodigio, después del alumbramiento brilló esplendoroso el sol. ¿Qué quiere significar esto?. La estrella que brilló en Belén para anunciar el nacimiento de Jesús, es símbolo de la fe que guía al encuentro con el Salvador. El sol que brilla en lo alto, evidentemente simboliza al Redentor como la luz que ilumina a este mundo entenebrecido por el pecado, mundo de pecado fue el que encontró Madre Clara María al nacer, mundo de pecado en su mismo hogar desintegrado; pero Cristo no sólo ilumina nuestras lobregueces, sino que como discípulos suyos somos iluminadores, claros, como lo dijo él mismo en el Evangelio: brille así vuestra luz entre los hombres para que viendo vuestras buenas obras den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. (Mt 5,16) Evidentemente Madre Clara María fue luz en su tiempo y en el nuestro; su vida entera iluminaba el camino de hombres y mujeres para llevarlos a Cristo.

Decía aquél 16 de julio  ante la sagrada imagen de Nuestra Señora del Carmen:

¡Sus hijos, pobre Patria, han delinquido!

¡Han negado su fe y su religión!

Y al vicio y al error se han convertido,

Del libertino masonismo al ruido,

Del malhadado naturalismo al son.

Mujer de su tiempo, profundamente enraizada en la problemática histórica de El Salvador, desde la fe cristiana, que ilumina la realidad, condena los desvaríos de su Patria, que también habían condenado nuestros obispos.

Sus padres, Doña Carmen López y Don Daniel Quirós, al enterarse que la Sra. De Quirós esperaba su primer hijo, como todos los padres, pasaron conversando y escogiendo el nombre que pondrían a la criatura próxima a nacer. Sí era varón, y en esto había acuerdo, se llamaría Félix, como su abuelo, sí era niña, aquí no lograban ponerse de acuerdo, se llamaría Isabel, según Don Daniel, Clara, para  su madre. El 12 de agosto, celebraba la Iglesia a Santa Clara de Asís, el mismo cielo señalaba el nombre de la niña que nació…como un nuevo Zacarías cuando junto a la pila bautismal qué nombre habían elegido para su hija, ellos, al unísono respondieron CLARA DEL CARMEN.

Así aquella niña extraordinaria fue puesta bajo la protección de la Santa enamorada de la dama pobreza y de Nuestra Madre del Carmen.

Entonces, el nombre dado a los hijos no era una veleidad de los padres; sino que, fieles a la tradición de la Iglesia y a nuestra cultura cristiana, imponía el nombre de un santo, normalmente el del día del nacimiento en el almanaque, para que este lo tomara bajo su  protección en el difícil camino de la vida y le hiciera llegar a buen puerto.

En este caso, el nombre señala un camino. Madre Clara no sólo fue iluminada por la luz de Cristo, sino que fue luz para los habitantes de Santa Tecla, luz de caridad y faro que conduce a Cristo y a María, como dice el canto.

Clara Quirós también fue una enamorada de la pobreza y, al igual que la de Asís, Fundadora de un Instituto Religioso. A través de sus Carmelitas de San José, Madre Clara María sigue iluminando la vida de muchos hombres y mujeres, niños y niñas. Cuenta Mons. Bougaud, en su monumental biografía de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación, que la Santa, en primer lugar, quiso ser Carmelita Descalza, pero un día se le apareció Santa Teresa de Jesús, y le dijo: Yo no te quiero por hija, sino por compañera fundadora. Lo mismo podría decir Santa Clara de Asís a Clara Quirós de El Salvador.

Cuando se convirtió en religiosa cambió su nombre por el de CLARA MARÍA DE JESÚS. En la Sagrada Escritura el cambio de nombre significa la destinación a una misión que se asume desde la libertad. La misión de Madre Clara es ahora totalmente seguir iluminando pero desde una pertenencia total a Jesús y María, con Santa Teresa de Jesús podía decir:

Yo toda me entregué y dí

Y de tal suerte he trocado

Que es mi Amado para mí

Y yo soy para mi Amado .

Su relación con Dios fue el camino de una nueva fecundidad, pues ella es la madre de numerosos niños,  mujeres y hombres que se acercan a ella para gozar aunque sea un instante de su claridad.

                                                 Roberto Bolaños Aguilar +.

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Meditación 4

La Cruz del Santo Matrimonio

La Cruz del Santo Matrimonio.

 Desde muy pequeña, Clara del Carmen, había descubierto que lo más importante en la vida es amar a Dios por encima de todo y consecuente con esta experiencia nace en su corazón el deseo de consagrar toda su persona  al amor de Dios y de los hermanos por medio de la vida religiosa.  Es difícil saber de dónde nace esta idea en la niña, que seguramente no comprendería exactamente la hondura de su deseo.  Tampoco es fácil comprender como Santa Margarita María de Alacoque siendo una niña consagra su virginidad a Dios por medio de un voto, en estos casos hemos de acudir a una explicación más allá de los límites de la  psicología o de la ética, para decir que es consecuencia de la gracia de Dios actuando en el corazón de estas personas  excepcionales.

Su madre, Doña Carmen v. de Quirós, sin embargo, tiene otros planes más mundanos para su hija: la quiere casada y con hijos. Este deseo de la madre de Clara del Carmen nace de su deseo de tener siempre junto a sí a su hija, de conocer a sus nietos.  En realidad los proyectos matrimoniales de la madre son un poco egoístas, mirando a su propio bienestar o a sus propias expectativas, sin tener en cuenta los deseos y las inclinaciones de su hija.

Los planes vocacionales de Clarita se van concretando. Conoce que las Madres Ursulinas están en Guatemala, que se dedican a la educación de las jóvenes y, además, que estarían dispuestas a recibirla, según se lo había comentado su tío Rodrigo Quirós, que viajaba a Guatemala con frecuencia.  La jovencita de catorce años se va ilusionando con la entrega de su vida a Dios.  Su madre, sin embargo era astuta, y además conoce que Clarita no es capaz de desobedecerla ni en el más pequeño de sus deseos, alguno de sus panegiristas dirá que no se sabe en San Miguel que Clara del Carmen haya desobedecido alguna vez a su madre.

Santo Tomás de Aquino afirma que los hijos no están obligados a obedecer a su padre en lo relativo a la elección de estado, lo que equivale a decir que no tienen autoridad para mandar que entren a la vida religiosa, o al estado sacerdotal o matrimonial.

A casa de Carmen López llegaba asiduamente de visita un joven costarricense, Félix Alfredo Alvarado Martínez, tenía unos 22 años,  que había llegado a San Salvador hace algunos años, después de vivir en Guatemala y Nicaragua.  Se presentaba como profesor y vestía con buen gusto, tenía un porte elegante,  bien parecido, conversador ameno, pero tras aquella apariencia encantadora había un hombre bastante egoísta, inconstante en sus obligaciones, dado al derroche de dinero en proyectos sin mayor fundamento, mujeriego, etc.

A la señora viuda de Quirós, cuya experiencia matrimonial había sido tremendamente dolorosa, le pareció que el Profesor Alvarado Martínez era el candidato perfecto para esposo de su hija y que de esta manera se le quitaran de la cabeza esas locas ideas de hacerse monja.

Clarita que estaba por cumplir los quince años era una jovencita muy bonita, con una educación excelente, entroncada con una de las familias más ilustres de El Salvador y, además, posible heredera de parte de la herencia de su acaudalado abuelo y de los bienes, tampoco despreciable, de la familia López.

Nunca sabremos si Félix Alfredo amó verdaderamente a Clara del Carmen, por los hechos posteriores casi podemos decir que no, que estaba entusiasmado ante la perspectiva de un matrimonio tan ventajoso, acaso se enamorara de ella, pues era una hermosa mujer de la que no era difícil prendarse, pero entre amar y querer hay una diferencia infinita.

Casi estamos seguros que cuando se casó con Alfredo, Clara del Carmen no estaba enamorada de él, porque ella siempre estuvo enamorada de su Dios, pero quizás con el paso de los años y la convivencia llegaría a quererlo como su esposo y padre de sus hijos que era, también amando al esposo  o a la esposa se ama a Dios.

Hay dos hechos que no podemos entender si los miramos a través de criterios actuales.  El primero es que fuera Doña Carmen López la que tomara la decisión de que su hija se casara con el profesor costarricense. Cuenta Madre Genoveva del Buen Pastor que un día su madre llamó a Clarita para proponerle una decisión de gran importancia, ella quería que se casara con Don Alfredo Alvarado.  Con la mayor sencillez, la joven respondió: ¡Como usted diga Mamá!

En aquellos años, en El Salvador no había hecho su aparición el “amor romántico”, eran los padres quienes decidían  con quien debían contraer matrimonio sus hijos, sin que a los hijos les pareciera una injerencia inadmisible en su mundo afectivo. Nosotros estamos acostumbrados que para casarse con alguien, normalmente, hay que estar enamorado de esa persona, y que la decisión de unir sus vidas es algo que corresponde exclusivamente a los novios, sin que la familia o el grupo social tenga mayor participación que congratularse con ellos y hacer votos por su felicidad.  Entonces se pensaba que el amor vendría con la convivencia y, sobre todo, con los hijos.

Tampoco el que tuviera apenas quince años era algo de lo que deberíamos extrañarnos, teniendo en cuenta que la expectativa de vida en aquellos años era muy corta, mi abuela, que era casi contemporánea de Madre Clarita (1889) se casó a los 14 años. Esto significaba que las personas, tanto los varones como las mujeres maduraban antes que en nuestro tiempo, en el que la juventud se ha prolongado casi hasta los treinta años, y las decisiones importantes como casarse también.

En algún escrito sobre Madre Clarita he leído que a los quince años “Clarita desconoce la psicología varonil”,  lo que parece verdadero si hablamos de un nivel práctico, no así el especulativo, puesto que 11 años de matrimonio prueban lo contrario.  La publicación del libro “Los Hombres son de Marte y las Mujeres de Venus” ha venido a alertarnos sobre las diferencias profundas entre la mente del varón y la de la mujer, por lo que se puede afirmar que es el amor el que ayuda a superar esas dificultades de entendimiento entre el varón y la mujer y no ese virtual conocimiento de la psicología varonil.

En todo caso, lo admirable en este caso es la obediencia sin reservas de Clarita a la petición de su madre, aunque ello significara renunciar a su propio proyecto de vida que e orientaba a la  consagración de su persona a Dios en la vida religiosa.

Cuenta el célebre autor francés Monseñor Bougaud,  en su biografía de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, Fundadora de la Orden de la Visitación, que tras quedar viuda fue al convento de las Carmelitas Descalzas de París a solicitar ser admitida, y la Priora, Ana de Jesús, poseedora del don de discernimiento espiritual, le dijo que “Santa Teresa no la quería como hija sino como compañera”, esto es como Fundadora igual que ella.

Dios, en sus misteriosos designios, llevaría a Clara del Carmen por muy diversos caminos, para hacerla, casi al final de su vida, realizar su ideal de ser religiosa, pero como Fundadora de un nuevo Instituto Religioso.

Madre Clara no solía hablar de sus años de vida matrimonial con Don Alfredo Alvarado, presumimos no fue del todo feliz como mujer casada.  San Alfonso María de Ligorio solía decir que “en cuarenta años que llevaba confesando a mujeres casadas, no había encontrado ninguna que fuera totalmente feliz”.

Clara del Carmen llegó al matrimonio renunciando a su proyecto de ser religiosa, no obstante, personas que le conocieron en aquella etapa de su vida nos la presentan como una esposa y madre modelo en todos los sentidos.  Los once años que duró su vida matrimonial los vivió enteramente consagrada a cumplir con sus obligaciones familiares, tan es así, que su mismo esposo cuando ya se había separado de ella, en un raro momento de sinceridad, dice que  “en todo el tiempo que duró su vida conyugal no tiene el menor reproche que hacerle”.

En la Carta a los Efesios, dice San Pablo, que las mujeres obedezcan en todo  sus maridos, como al Señor.  Doña Clara del Carmen fue una esposa en todo obediente a su esposo, no con una obediencia servil sino cristiana, lo que quiere decir que no hay en ella una anulación de la voluntad ni de la libertad, sino que su obediencia nace de la vivencia que es “lo que conviene en el Señor”.

El matrimonio, enseña la Iglesia, está orientado por su propia índole natural a la procreación de los hijos.  En el matrimonio  Alvarado Quirós pronto comenzaron a venir los hijos y procrearon en total seis hijos, según lo reconoce Madre Clara María en su testamento: María Modesta del Carmen, Cipriano Alfredo, Francisca Mercedes, Cipriano Manuel de Jesús,  María Gertrudis y María.

La relación con Don Alfredo, era la de una esposa cristiana. Cada vez que meditamos en esta etapa de la vida de la Madre, no podemos menos que recordar a Santa Rita de Cascia que también fue modelo de esposa obediente y sumisa, por motivos sobrenaturales, a su esposo Fernando.

Don Alfredo, sin embargo, no era el esposo que ella merecía, alguien que no supo estar a la altura de la compañera que Dios le había dado.  Desde el principio vivió ocultando parte de su historia, se presentaba como Profesor, no siéndolo, enredado en proyectos que no tenían posibilidad de salir adelante, como el de Liceos y Colegios de los que quería ser propietario y Director, sin tener la cualificación académica necesaria, invirtiendo dinero que era de su familia en dichos proyectos, sin que le importara la estabilidad económica de su familia, que corría a cuenta de los bienes y del trabajo de su esposa, ausentándose con frecuencia y por largas temporadas del hogar para vivir en San Salvador, pero toda la ruindad de su alma se mostraría en acontecimientos posteriores.  Doña Clara del Carmen, sin embargo, lo trataba como si fuera el mejor y el más leal de los esposos.

Con gran esmero, Clara del Carmen se dedicó a la educación humana y cristiana de sus hijos, para todos con el mismo amor y con la misma veneración. Es una lástima que nadie haya recogido los recuerdos de sus hijos sobre madre tan santa, porque habría sido un testimonio valiosísimo de cómo de sus virtudes en esta etapa de su vida.

Tengo muy presente la imagen de Doña Clara, dice un testigo, siendo una esposa joven y hermosa, llevando a sus hijitos mayores al colegio que las Señoritas Campos tenían en Santa Tecla.

Otra testigo, igualmente recordará, que Doña Clara era una de las personas que más colaboraban en la vida parroquial, era una mujer de Iglesia, dice.  El párroco de la Inmaculada Concepción tenía mucha confianza en ella. Un día, mientras estaban en el Santo Vía crucis el párroco es llamado para atender a una persona que se encontraba moribunda. El Sacerdote le entrega a Doña Clara el libro del que leía y le dice: “Siga Usted”.

Ella, se vio un poco sorprendida y se puso nerviosa, así que comenzó a pasar páginas diciendo: aquí no es, aquí tampoco, hasta que halló la página correspondiente y prosiguió con el santo ejercicio.

Madre Genoveva dirá que sin ningún libro, Madre Clara María, hacía unas meditaciones sobre el camino de la cruz como ella jamás leyó en ningún otro libro.  Esto, de alguna manera, expresa la profunda, asidua y amorosa contemplación de la pasión y muerte de Jesús realizada por la Madre Fundadora.

Al concluir las labores del día, todavía le quedaban fuerzas a Doña Clara del Carmen para dedicarse a la lectura de libros piadosos y espirituales: San AgustínSan Juan de la Cruz, Tomás de Kempis, pero, sobre todo, Santa Teresa de Jesús, con quien sentía una grande empatía espiritual.

Roberto Bolaños Aguilar.

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Meditacion 3

La Educación de Clara del Carmen.

La tarea de educar a los hijos es una de las más nobles e importantes que pueden asumir un hombre y una mujer a quien Dios le ha dado el don de los hijos.

La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia hace conciencia a los esposos de la obligación que asumen al traer hijos a este mundo, que no consiste sólo en procrearlos y alimentarlos, sino en educarlos, es decir, facilitarles el camino para que en el futuro puedan llegar a ser adultos libres y responsables,  que asuman con gozo sus deberes para con la sociedad en que viven y con la Iglesia a la que pertenecen.

En este sentido educar es potenciar todas las cualidades de la persona humana, tanto en el orden físico, como psicológico, social, moral y espiritual.  Los padres son los primeros responsables, por derecho natural, de la educación de sus hijos, tarea en la que pueden ser ayudados sea por el Estado o por la Iglesia, pero esto sólo de manera subsidiaria, de modo que los padres no pueden ni deben descargar la obligación de la educación de sus hijos en nadie.

Hemos hablado de la educación que Clara del Carmen recibió en su hogar, pero también sabemos, por su primera biógrafa, Madre Genoveva del Buen Pastor,  que asistió a un colegio de los que existían en ese tiempo en la ciudad de San Salvador.  ¿Sería el mismo del Profesor José María Cáceres?  ¿ o el de la señorita de origen francés Agustina Charvin?  Lo cierto es que su educación intelectual  podemos descubrirla en sus escritos posteriores, de manera especial en sus Poesías, en sus conocimientos musicales y matemáticos, en su hermosa caligrafía, algo muy importante en aquellos lejanos años, y en el dominio aceptable que poseía de la lengua de francesa.

La inteligencia de Clara del Carmen no era de tipo especulativo, sino más bien práctico, con cierto predominio de los aspectos volitivos,  esto en consonancia con los énfasis educativos de la época, hicieron de la Fundadora de las Carmelitas de San José, una persona sumamente disciplinada, atenta al cumplimiento de su deber, sin perder por ello la espontaneidad, la alegría y el salero que la caracterizaron.  En este sentido es dable afirmar que Madre Clara María  pedía a sus hermanas que hicieran bien las cosas, sobre todo aquellas que, como la Liturgia, se refieren a la gloria de Dios, pero sin excesos, teniendo siempre en cuenta el amor del prójimo.

Aunque suene a anacronismo podemos decir que Madre Clara María tuvo un alto coeficiente de inteligencia emocional, que la hacía saber ubicarse en el contexto en que vivía y proyectarse de manera positiva en él.

Jerónimo Gracián, el notable escritor español autor de “El Criticón”, decía que “la verdadera universidad son los libros”.  Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo sabemos que la formación continuada es una necesidad si no queremos quedar desfasados en los cambios constantes de nuestro mundo.  Aun en los momentos difíciles de su vida, Madre Clara María,  tuvo el hábito de la lectura de buenos libros, sobre todo de espiritualidad, lo que a la larga le dio un conocimiento extraordinario de algunos autores como San Agustín, San Juan de la Cruz y, de manera especial, la Madre Santa Teresa de Jesús.

Gracias a los estudios del Padre Arturo Rodríguez sobre las Poesías de Madre Clara, podemos darnos cuenta de su vida intelectual, de sus lecturas, de las influencias que tuvo y, sobre todo, de su admirable conocimiento de la Sagrada Escritura, sin duda el libro que más influencia tuvo en su vida, adelantándose en  muchos años al Concilio Vaticano II que puso en manos de los laicos las páginas abiertas de la Biblia.[1]

San Alfonso María de Ligorio respondió a una comunidad de religiosas que le escribieron para pedirle que les enviara cilicios y cadenillas para la penitencia, que les enviaba “un lote de libros espirituales que más que los cilicios les ayudarían a ser santas”.

No quisiéramos presentar a Madre Clara María como una mujer de hondas preocupaciones intelectuales, pero si destacar la importancia que en su vida tuvo el interés por el conocimiento y la formación del intelecto  y del espíritu.

Roberto Bolaños Aguilar.



[1]    Con esto no queremos afirmar que antes del Concilio Vaticano II la Iglesia no hubiera dado importancia a la lectura de la Sagrada Escritura entre los fieles laicos, basta recordar la obra del Papa San Pío X, pero sí que a partir de entonces se ha dado de una forma más intensa.

 

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Meditación 2

Meditación 2


Un matrimonio que se separa.

Que un hogar se destruya es algo muy triste y de consecuencias imprevisibles.

A los pocos meses del nacimiento de Clarita, se agravó la enfermedad alcohólica de su padre Daniel Quirós, y la vida  familiar se volvió un verdadero infierno.  Los celos, las riñas, las recriminaciones, las amenazas eran cotidianas en el hogar de los esposos Quirós-López.

El colmo de la falta de discreción de Juicio de Daniel fue el rapto de su pequeña hija, a la que llevó hasta Santa Tecla, dejándola depositada en casa de una mala mujer, que la descuidó de tal manera, que si militares mandados ex profeso por el General Gerardo Barrios  para buscarla no la hubieran encontrado, seguramente Clarita hubiera muerto en unas cuantas horas más de hambre y de sed.

Un hecho tan doloroso afectó tremendamente a Doña Carmen López y, aunque sólo tenía aproximadamente año y medio, también afectaría psicológicamente a Clarita, que a lo largo de algunos años vivió atemorizada de que su padre pudiera volver a hacer lo mismo y, además, se vería afectada su confianza en las relaciones interpersonales, porque si no podemos confiar en nuestro padre ¿en quién podemos confiar?  La madurez humana y cristiana alcanzada por Madre Clara María de Jesús, expresa que aquellas heridas psicológicas de su más tierna infancia habían sido superadas en el amor del Padre Dios.

Doña Carmen, una mujer admirable en este sentido, inmediatamente se separa de su esposo, tanto por la vía civil como por la eclesiástica, aunque no se divorcia, y se marcha con su hijita a San Salvador en donde encuentra refugio y apoyo en casa de su madre, Doña Juana López, y de sus hermanos César y Serafina.   No tenemos noticias que alguna vez haya vuelto a ver a su padre Don Daniel Quirós.

Éste continuó con su triste vida, entregado al alcohol, al juego y a las mujeres, tuvo varios hijos fuera de matrimonio, hasta que murió el 23 de febrero de 1867, cuando su hija tenía nueve años. Su acta de defunción anota que murió sin haber recibido los auxilios de la Santa Iglesia Católica.

A partir de entonces comienza la andadura de Clara del Carmen como una hija de padres separados.  Los padres que abandonan a sus hijos cometen un verdadero crimen, los esposos que se divorcian con frecuencia no comprenden que los más dañados con la ruptura del vínculo matrimonial son los hijos.

La educación de la mujer en la época en que nació Clara del Carmen, se veía reducida a saber leer, escribir, coser, bordar, cocinar, y, en el caso de las damas aristocráticas, algunas otras cosas, que se solían llamar gracias sociales, como pintar, danzar, la música, la poesía y el dominio de alguna lengua extranjera, especialmente el francés, porque la vida de la mujer normalmente transcurría en las labores del hogar y estaba excluida de la mayor parte de las actividades públicas, como la economía, la política, la ciencia, reservadas a los varones.

Las cosas, sin embargo, comenzaban a cambiar, porque ya su madre, Carmen López y su tía Serafina, por ejemplo, habían asistido a la escuela de niñas fundada en San Salvador por el gran educador Don José María Cáceres, en la que habían sido alumnas aventajadas.

Habían de pasar todavía muchos años para que la primera  mujer fuera admitida en las aulas universitarias y pudiera obtener en ellas un título de estudios superiores.

En el hogar de su abuela, sus tíos y su madre, Clara del Carmen, comenzó a ser educada sobre todo en las virtudes, tanto cristianas como morales, en los buenos modales y en la urbanidad, así como en los principios de la religión católica. Aunque, como muchos niños salvadoreños, creció sin la presencia de su padre, su familia fue para ella una escuela de auténtico humanismo y de genuina vivencia de la religión, lo que no quiere decir que sus parientes fueran personas perfectas, pero supieron, a través del amor y de los buenos ejemplos, encausar por la senda de la virtud la personalidad tan rica en dones de la pequeña Clara.

Todos sabemos la importancia que los psicólogos atribuyen a los primeros años de la infancia en la formación de la personalidad del adulto, sin embargo, es normal que en la vida de personas sobresalientes, se tengan pocos o escasos datos verificables acerca de sus primeros años.  De Madre Clara María de Jesús tampoco tenemos muchos datos, ninguno de primera mano, pero los que se refieren a estos años de su vida afirman que ya desde entonces era admirable por sus virtudes, sobre todo la obediencia, y por su piedad, centrada desde tan temprana edad en Jesús Sacramentado y en la Santísima Virgen María.

También debemos destacar que ya en la infancia el sufrimiento hizo su aparición en la vida de Clara del Carmen, y es que Cristo quiso configurarla consigo en el misterio de la cruz.

La historia familiar de Clara del Carmen es como la de tantos salvadoreños y salvadoreñas que proceden de familias desintegradas o constituidas deficientemente. Su abuela materna procreó tres hijos sin que su unión hubiera recibido la sanción legal y eclesial;  su  madre, Doña Carmen López, contrajo matrimonio eclesiástico pero por la inestabilidad mental de su esposo, Don Daniel, tuvo que separarse de él a pocos años de casada; por parte de la ilustre familia paterna, Clara del Carmen no tuvo el más mínimo apoyo económico ni afectivo, pues su abuelo Don Félix Quirós Sánchez nunca aceptó el matrimonio de su hijo Daniel con una joven que no era de su nivel social.

Otra gran carmelita, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, escribió mientras estaba recluida por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz: ¡Salve Cruz, única esperanza!   

Roberto Bolaños Aguilar

 


 

 

 

 

 

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Meditaciones

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Contenido

Roberto Bolaños Aguilar.

 MEDITACIONES SOBRE

MADRE CLARA MARÍA QUIRÓS

2006

 

Una Niña ha Nacido.

                                                      Madrid, 12  de agosto de 2006.

 Hay acontecimientos que pueden parecernos insignificantes, por lo triviales o por lo repetidos, tal es el hecho del nacimiento de un niño o de una niña.  Hace unos días leía que el día de nuestro cumpleaños hay unos 150 millones de personas que también cumplen años.  Sin embargo, nada hay menos trivial e insignificante que una vida humana, por el mismo hecho de ser humana y por aquellos significados, acaso menos obvios,  que tiene para la misma persona, para su comunidad y dentro de la historia global de la humanidad.  Esto sin tener en cuenta el significado y el peso específico de toda existencia humana en el plan de salvación de Dios para la humanidad, que acaso sea  su significado auténtico y definitivo, porque entonces la vida humana se entiende como referida al absoluto que es Dios.

Eran los primeros días del mes de agosto de 1857, en la ciudad de San Miguel, en la zona oriental de El Salvador, llovía sin parar desde hace algunos días, un temporal le llaman los salvadoreños. En su casa, situada en el centro de la ciudad, los esposos Don Daniel Quirós Escolán, joven de 24 años, de rancio abolengo migueleño, y su esposa, Doña Carmen López de Quirós,  de 21 años, de la clase media de San Salvador, aguardaban en cualquier momento el nacimiento de su primer hijo, con la ilusión y el entusiasmo, con los temores e incertidumbres, que son propios de los padres primerizos.

Carmen y Daniel eran un matrimonio joven, con las alegrías y los problemas de cualquier matrimonio de su edad y condición  social en la sociedad salvadoreña de la segunda mitad del siglo XIX. Es cierto que Daniel tenía cierta inclinación al alcohol con todas sus consecuencias, pero también es cierto que amaba a su esposa Carmen y por ella y el hijo que estaba por nacer estaba luchando con todas sus fuerzas contra el alcoholismo, ya bastante desarrollado, por cierto.

Sabemos, por los escritos de Don Alberto Masferrer, los efectos destructivos que el alcoholismo tenía en las clases humildes de El Salvador, pero los mismos efectos tenía en las clases pudientes, puesto que el alcoholismo es un efecto de la sociedad patriarcal y machista de aquellos años.  Recuerdo uno de las poesías más dramáticas que he leído, escrita por Tula Van Severen  en Cuencos de Barro,  y que lleva por título Muy Hombre.  Trata de una madre cuyo hijo ha caído en garras del alcoholismo y la pobre madre, madre al fin, sufre profundamente por el vicio del hijo, incluso va a buscarlo a las cantinas en donde se envicia más para llevarlo al hogar.  Y, mientras tiernamente acaricia al hijo sucio y maloliente, le pide que no vuelva nunca más a la cantina, pero, este le responde: No, madre, yo tengo que volver, porque yo… soy muy hombre.

El día 12 de agosto amaneció lloviendo, entonces la Iglesia celebraba ese día a Santa Clara, la Azucena de Asís.  Carmencita no se sentía bien, intuía que el  parto  se aproximaba y, como dice el Evangelio, sintió angustia ante los dolores que le sobrevenían.  Recostada en su lecho, en la recamara conyugal, soportaba los intensos dolores del alumbramiento.  Hacia las nueve y media de la mañana  dio a luz a una niña y el corazón de sus padres se llenó de alegría y se abrió a la promesa de futuro que significa todo recién nacido.

Cuando Carmencita tuvo entre sus brazos por primera vez a su hija, al contemplarla tan pequeña, tan frágil, tan desvalida y a la vez tan linda, delicada y tierna sintió la incertidumbre sobre lo que la vida le deparaba a aquel fruto de sus entrañas y tuvo miedo, pero, al mismo tiempo, se hizo la promesa de hacer todo lo que estuviera en sus manos para que su hija fuera feliz y se sintió tranquila. Aquella vida que se iniciaba con los primeros llantos y los primeros sufrimientos de alguna manera estaba planificada por Dios desde el instante de su concepción hasta el instante de su muerte, desde la primera inspiración hasta la última expiración, sin que ello signifique, desde ningún punto de vista, pérdida o detrimento de la libertad que es propia de la persona humana.  En un texto difícil de su Carta a los Romanos, el Apóstol Pablo, explica todo el significado del destino de la persona humana: A los que escogió los predestinó, a los que predestinó los justificó, y a los que justificó los glorificó, para que fuesen imagen de su Hijo Jesucristo.

 Claro está que esta glorificación del hombre y la mujer en Cristo, que es consecuencia de nuestra predestinación a reproducir en nuestra vida la imagen del Hijo de Dios, y que parte de la acción amorosa del Padre Dios, no puede realizarse sin la cooperación de la persona humana, cooperación que no es posible sino desde la libertad, como lo afirma San Agustín en su tratado De Libero Albedrío.

 Antes del nacimiento de su hija, Daniel y Carmencita, habían conversado sobre el nombre que darían a la creatura que estaba por nacer; si era niño, ambos estaban de acuerdo en que se llamaría Félix como el abuelo paterno, si era niña a Daniel le gustaba el nombre Isabel, Carmencita, en cambio, prefería el nombre Clara.   El día de su nacimiento, 12 de agosto, día de Santa Clara, definió el nombre que en la pila bautismal impondrían a la niña, su nombre sería CLARA DEL CARMEN.  Clara por el día de su nacimiento y  Carmen por la devoción familiar a Nuestra Señora del Carmen y por ser el nombre de pila de la abuela materna.

¿Tuvo el nombre alguna influencia en el provenir de la pequeña recién nacida?, evidentemente que sí, pero no como creían los antiguos por la fuerza o poder misterioso del mismo, sino por la asunción que del mismo hizo Clara del Carmen.  Por una parte, Clara significa, transparente, luminosa, lo que implica que la persona que lleva tal nombre ha de esforzarse por ser una persona totalmente transparente, que refleje la luz que proviene de Dios, tal como lo hizo en su vida Santa Clara de Asís en su tiempo, y la referencia a la Virgen del Carmen conlleva una relación filial con la Madre de Dios en la advocación del Monte Carmelo.  Así, el nombre no es un destino, sino un llamamiento, una vocación, como la existencia es una apropiación que nos llevará, gradualmente, a la plenitud de nuestra condición humana; todos los acontecimientos de la vida, asumidos personalmente, se convertirán en camino de realización, como lo expresa el Apóstol Pablo: Todas las cosas suceden para bien de los que Dios ama.

El 31 de octubre de 1857, Daniel y Carmen llevaron a su primogénita a la Parroquia de Santo Domingo  para que recibiera el sacramento del bautismo, aquel fue el día de su verdadero nacimiento, porque por medio de las aguas bautismales nació para la vida eterna.  Así como la naturaleza al nacer nos ha dotado de todo lo necesario para la vida física, el nacimiento a la vida espiritual nos da todo aquello que necesitamos, sobre todo el Don del Espíritu Santo, para la vida sobrenatural, alcanzar la meta de la santidad dependerá en todo caso del acrecentamiento de la gracia santificante por nuestra fidelidad a nuestra condición de hijos de Dios.  Su madrina de bautismo fue su tía materna: Serafina López.[1]

En el pórtico de su libro Las Siete Cuerdas de la Lira, Alberto Masferrer, anunciaba lo que es la vocación de todo hombre y toda mujer que viene a este mundo: Tu misión es hacerte un cristal.

Madre Clara María de Jesús es un cristal que refleja a Dios.[2]

 



[1]   Serafina López es hermana de Carmen y César López, hijos naturales de Doña Juana López y fue una persona muy cercana a los años de infancia de nuestra Madre Clara María.  Soltera, compartió con su hermana Carmen los meses de espera del nacimiento de Clarita y colaboró con ella en la educación de su sobrina.  Casi nada sabemos de su vida, hay personas que renunciando a su vida personal, viven por la consagración al servicio de Dios, de su familia o de las nobles causas en las que se empeñan. Ni siquiera tenemos noticia de la fecha de su muerte, pues en el panteón familiar que compró el General César López  en la sección de los Ilustres, no se encuentra lápida que haga alusión a ella, es posible que haya muerto antes de la adquisición del lote en el cementerio y fuera enterrada con su madre en otro lugar aun desconocido.

[2]    Como un Cristal puesto al Sol, se titula la biografía de la Venerable Sor María Celeste Crostarrosa escrita por Isabel Bolea.

 

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Oración del Centenario

ORACION DEL CENTENARIO 

(Diócesis de San Miguel)

Oracion para el año Preparatorio del Centenario de la Diócesis de San Miguel

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