Meditación 7
Cómo me dan pena las abandonadas…
Conversando con una señora, devota de Madre Clarita, me decía que ella sentía a la Sierva de Dios muy cercana a su vida, porque a ella también la había abandonado su marido.
Este es uno de los acontecimientos más dolorosos en la vida de Madre Clara María y en la de sus hijos, porque la separación de sus padres afecta profundamente el psiquismo y la conducta de los hijos.
Todos sabemos como Clara del Carmen Quirós contrajo matrimonio con Félix Alfredo Alvarado más por obedecer a su madre que porque realmente quisiera formar una comunidad de vida y de amor con aquel joven costarricense al que apenas conocían. No obstante, una vez casada, Doña Clara fue una esposa y una madre modelo que hizo del matrimonio, con sus gozos y sus sombras, un camino de santidad. Doña Clara Quirós fue “la perfecta casada”.
Don Alfredo, en cambio, era un hombre veleidoso, dado a los gastos excesivos y sin control, poco realista, es decir con un desfase entre lo deseado y las capacidades, inmaduro, sin una verdadera experiencia de familia y muy limitado en cuanto a compromisos que, como el matrimonio, implican toda la vida de toda la persona. Un canonista actual diría que había en él un “grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar”.
El año 1884 falleció el abuelo de Doña Clara, Lic. Don Félix Quirós, y este hombre que durante su vida no quiso conocer a su nieta, hija legítima de su hijo mayor Daniel, se acordó de ella en su testamento, dejándole en herencia la parte de su fortuna que hubiera correspondido a su hijo, que había muerto en 1867. Para aquellos años era una cantidad nada despreciable: 26,000 pesos, aproximadamente.
Doña Clara del Carmen, pensando en sus hijos, y en la prodigalidad de su marido, solicitó a un juez le concediera la administración de sus bienes, separando de ello a Don Alfredo a quien por ley le correspondía administrar los bienes de su esposa. El juez segundo de Primera Instancia Civil de Santa Tecla, oyendo a algunos testigos presentados por la Demandante que afirmaban la insolvencia económica del Demandado, Don Alfredo poseía numerosas deudas que no había cancelado, resolvió otorgándole a Doña Clara de Alvarado la ilimitada administración de los bienes heredados.
En febrero de 1885, Alfredo Alvarado, abandonó el domicilio conyugal en Santa Tecla. En mayo del mismo año, seguía en domicilio desconocido, como afirma un documento judicial.
Lleno de resentimiento por la decisión prudente y justa de su esposa, Alfredo, sin reflexionar suficientemente, se aparta de su familia, aunque en principio continúa viviendo en San Salvador. Decimos sin reflexionar, porque en el mes de septiembre se entrevista con el Obispo de San Salvador, Monseñor José Luis Cárcamo y Rodríguez, contándole su propia versión de los hechos, como suele suceder, y, además, solicitando su intervención ante su esposa para que reanuden la convivencia matrimonial.
La falta de principios morales de Don Alfredo Alvarado queda de manifiesto cuando sabemos que en esta misma época escribe una carta a su esposa en la que la trata duramente, con insultos y calumnias, llegando incluso a la bajeza de escribirle un anónimo con toda clase de improperios y dudando, sin ningún fundamento, de la pureza de su relación con algún sacerdote, muy allegado a la familia.
La actitud del mal esposo, tan carente de hombría, que aprovecha cualquier ocasión para hablar mal de su honesta esposa, ofende tanto el sentido moral y de justicia del pueblo tecleño que piden a las autoridades que lo expulsen del país por extranjero indeseable. Así es como Alfredo Alvarado marcha a Guatemala desde donde continúa con los ataques a su esposa y, contradictoriamente, exigiendo a las autoridades eclesiásticas que obliguen a Doña Clara del Carmen a marchar a Guatemala con sus hijos.
El Vicario Capitular de San Salvador, Monseñor Miguel Vechiotti, ante las denuncias y constantes apremios del Señor Alvarado, inicia una investigación sobre el asunto y concluye declarando la inocencia de Doña Clara del Carmen, a quien define como una mujer piadosa, y afirmando que de caer en manos de Alvarado la herencia recibida por su esposa, en muy poco tiempo ésta y sus tiernos hijos, María Modesta del Carmen, la mayor, tenía apenas diez años, se verían obligados a mendigar el pan.
No conforme con esto, Alvarado, se dedicó a difamar a su esposa no sólo con denuncias ante las autoridades eclesiásticas sobre las relaciones sospechosas de Doña Carmen con su director espiritual el Padre Félix Sandoval, sino que, incluso, es posible que las haya publicado en un periódico guatemalteco de la época.
Pero Dios es el defensor del inocente y confunde la lengua de los calumniadores. Ante esta dramática situación Doña Clara del Carmen, guardó silencio, no comentó ni dijo nada, aun años después de ocurridos los hechos. Su conducta sin tacha, su vida de piedad, su entrega amorosa a Dios y a los pobres fueron los mejores argumentos en contra de las odiosas calumnias de Alfredo Alvarado. Dijo Rubén Darío que el barro puede manchar a un diamante, pero aún así el diamante seguirá siendo diamante.
Convencido de la inutilidad de sus pretensiones Alvarado abandonó Guatemala y se mudó a Nicaragua, de Nicaragua se trasladó a Puerto Limón, en su natal Costa Rica, en donde alcoholizado y lleno de remordimientos falleció de un ataque al corazón en octubre de 1905.
Madre Clara María perdonó de corazón a su esposo, rezaba con frecuencia por él y al enterarse de su muerte pidió al Padre del Cielo que no tuviera en cuenta su pecado y le abriera las puertas de su misericordia.
Las personas que nos hacen mal, que nos dañan, que nos destruyen, en el fondo nos están ayudando a ir al cielo, por eso el Santo Evangelio nos invita a orar por aquellos que nos persiguen, nos calumnian y dicen toda suerte de cosas malas de nosotros. La muerte de Alfredo abrió a Doña Clara la posibilidad de realizar la aspiración de toda su vida: consagrarse totalmente al servicio de Dios.
Roberto Bolaños Aguilar
Los caminos de Dios para el ser humano son insondables. No basta la oración sino el hacer por los demás. Siempre hay quien necesite de nosotros.
Bendiciones al Padre Roberto, a la hermana Marlenny de Jesús y las religiosas carmelitas, por mostrarnos una vez más con estas meditaciones la belleza de la Madre Clarita.