La Cruz del Santo Matrimonio
La Cruz del Santo Matrimonio.
Desde muy pequeña, Clara del Carmen, había descubierto que lo más importante en la vida es amar a Dios por encima de todo y consecuente con esta experiencia nace en su corazón el deseo de consagrar toda su persona al amor de Dios y de los hermanos por medio de la vida religiosa. Es difícil saber de dónde nace esta idea en la niña, que seguramente no comprendería exactamente la hondura de su deseo. Tampoco es fácil comprender como Santa Margarita María de Alacoque siendo una niña consagra su virginidad a Dios por medio de un voto, en estos casos hemos de acudir a una explicación más allá de los límites de la psicología o de la ética, para decir que es consecuencia de la gracia de Dios actuando en el corazón de estas personas excepcionales.
Su madre, Doña Carmen v. de Quirós, sin embargo, tiene otros planes más mundanos para su hija: la quiere casada y con hijos. Este deseo de la madre de Clara del Carmen nace de su deseo de tener siempre junto a sí a su hija, de conocer a sus nietos. En realidad los proyectos matrimoniales de la madre son un poco egoístas, mirando a su propio bienestar o a sus propias expectativas, sin tener en cuenta los deseos y las inclinaciones de su hija.
Los planes vocacionales de Clarita se van concretando. Conoce que las Madres Ursulinas están en Guatemala, que se dedican a la educación de las jóvenes y, además, que estarían dispuestas a recibirla, según se lo había comentado su tío Rodrigo Quirós, que viajaba a Guatemala con frecuencia. La jovencita de catorce años se va ilusionando con la entrega de su vida a Dios. Su madre, sin embargo era astuta, y además conoce que Clarita no es capaz de desobedecerla ni en el más pequeño de sus deseos, alguno de sus panegiristas dirá que no se sabe en San Miguel que Clara del Carmen haya desobedecido alguna vez a su madre.
Santo Tomás de Aquino afirma que los hijos no están obligados a obedecer a su padre en lo relativo a la elección de estado, lo que equivale a decir que no tienen autoridad para mandar que entren a la vida religiosa, o al estado sacerdotal o matrimonial.
A casa de Carmen López llegaba asiduamente de visita un joven costarricense, Félix Alfredo Alvarado Martínez, tenía unos 22 años, que había llegado a San Salvador hace algunos años, después de vivir en Guatemala y Nicaragua. Se presentaba como profesor y vestía con buen gusto, tenía un porte elegante, bien parecido, conversador ameno, pero tras aquella apariencia encantadora había un hombre bastante egoísta, inconstante en sus obligaciones, dado al derroche de dinero en proyectos sin mayor fundamento, mujeriego, etc.
A la señora viuda de Quirós, cuya experiencia matrimonial había sido tremendamente dolorosa, le pareció que el Profesor Alvarado Martínez era el candidato perfecto para esposo de su hija y que de esta manera se le quitaran de la cabeza esas locas ideas de hacerse monja.
Clarita que estaba por cumplir los quince años era una jovencita muy bonita, con una educación excelente, entroncada con una de las familias más ilustres de El Salvador y, además, posible heredera de parte de la herencia de su acaudalado abuelo y de los bienes, tampoco despreciable, de la familia López.
Nunca sabremos si Félix Alfredo amó verdaderamente a Clara del Carmen, por los hechos posteriores casi podemos decir que no, que estaba entusiasmado ante la perspectiva de un matrimonio tan ventajoso, acaso se enamorara de ella, pues era una hermosa mujer de la que no era difícil prendarse, pero entre amar y querer hay una diferencia infinita.
Casi estamos seguros que cuando se casó con Alfredo, Clara del Carmen no estaba enamorada de él, porque ella siempre estuvo enamorada de su Dios, pero quizás con el paso de los años y la convivencia llegaría a quererlo como su esposo y padre de sus hijos que era, también amando al esposo o a la esposa se ama a Dios.
Hay dos hechos que no podemos entender si los miramos a través de criterios actuales. El primero es que fuera Doña Carmen López la que tomara la decisión de que su hija se casara con el profesor costarricense. Cuenta Madre Genoveva del Buen Pastor que un día su madre llamó a Clarita para proponerle una decisión de gran importancia, ella quería que se casara con Don Alfredo Alvarado. Con la mayor sencillez, la joven respondió: ¡Como usted diga Mamá!
En aquellos años, en El Salvador no había hecho su aparición el “amor romántico”, eran los padres quienes decidían con quien debían contraer matrimonio sus hijos, sin que a los hijos les pareciera una injerencia inadmisible en su mundo afectivo. Nosotros estamos acostumbrados que para casarse con alguien, normalmente, hay que estar enamorado de esa persona, y que la decisión de unir sus vidas es algo que corresponde exclusivamente a los novios, sin que la familia o el grupo social tenga mayor participación que congratularse con ellos y hacer votos por su felicidad. Entonces se pensaba que el amor vendría con la convivencia y, sobre todo, con los hijos.
Tampoco el que tuviera apenas quince años era algo de lo que deberíamos extrañarnos, teniendo en cuenta que la expectativa de vida en aquellos años era muy corta, mi abuela, que era casi contemporánea de Madre Clarita (1889) se casó a los 14 años. Esto significaba que las personas, tanto los varones como las mujeres maduraban antes que en nuestro tiempo, en el que la juventud se ha prolongado casi hasta los treinta años, y las decisiones importantes como casarse también.
En algún escrito sobre Madre Clarita he leído que a los quince años “Clarita desconoce la psicología varonil”, lo que parece verdadero si hablamos de un nivel práctico, no así el especulativo, puesto que 11 años de matrimonio prueban lo contrario. La publicación del libro “Los Hombres son de Marte y las Mujeres de Venus” ha venido a alertarnos sobre las diferencias profundas entre la mente del varón y la de la mujer, por lo que se puede afirmar que es el amor el que ayuda a superar esas dificultades de entendimiento entre el varón y la mujer y no ese virtual conocimiento de la psicología varonil.
En todo caso, lo admirable en este caso es la obediencia sin reservas de Clarita a la petición de su madre, aunque ello significara renunciar a su propio proyecto de vida que e orientaba a la consagración de su persona a Dios en la vida religiosa.
Cuenta el célebre autor francés Monseñor Bougaud, en su biografía de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, Fundadora de la Orden de la Visitación, que tras quedar viuda fue al convento de las Carmelitas Descalzas de París a solicitar ser admitida, y la Priora, Ana de Jesús, poseedora del don de discernimiento espiritual, le dijo que “Santa Teresa no la quería como hija sino como compañera”, esto es como Fundadora igual que ella.
Dios, en sus misteriosos designios, llevaría a Clara del Carmen por muy diversos caminos, para hacerla, casi al final de su vida, realizar su ideal de ser religiosa, pero como Fundadora de un nuevo Instituto Religioso.
Madre Clara no solía hablar de sus años de vida matrimonial con Don Alfredo Alvarado, presumimos no fue del todo feliz como mujer casada. San Alfonso María de Ligorio solía decir que “en cuarenta años que llevaba confesando a mujeres casadas, no había encontrado ninguna que fuera totalmente feliz”.
Clara del Carmen llegó al matrimonio renunciando a su proyecto de ser religiosa, no obstante, personas que le conocieron en aquella etapa de su vida nos la presentan como una esposa y madre modelo en todos los sentidos. Los once años que duró su vida matrimonial los vivió enteramente consagrada a cumplir con sus obligaciones familiares, tan es así, que su mismo esposo cuando ya se había separado de ella, en un raro momento de sinceridad, dice que “en todo el tiempo que duró su vida conyugal no tiene el menor reproche que hacerle”.
En la Carta a los Efesios, dice San Pablo, que las mujeres obedezcan en todo sus maridos, como al Señor. Doña Clara del Carmen fue una esposa en todo obediente a su esposo, no con una obediencia servil sino cristiana, lo que quiere decir que no hay en ella una anulación de la voluntad ni de la libertad, sino que su obediencia nace de la vivencia que es “lo que conviene en el Señor”.
El matrimonio, enseña la Iglesia, está orientado por su propia índole natural a la procreación de los hijos. En el matrimonio Alvarado Quirós pronto comenzaron a venir los hijos y procrearon en total seis hijos, según lo reconoce Madre Clara María en su testamento: María Modesta del Carmen, Cipriano Alfredo, Francisca Mercedes, Cipriano Manuel de Jesús, María Gertrudis y María.
La relación con Don Alfredo, era la de una esposa cristiana. Cada vez que meditamos en esta etapa de la vida de la Madre, no podemos menos que recordar a Santa Rita de Cascia que también fue modelo de esposa obediente y sumisa, por motivos sobrenaturales, a su esposo Fernando.
Don Alfredo, sin embargo, no era el esposo que ella merecía, alguien que no supo estar a la altura de la compañera que Dios le había dado. Desde el principio vivió ocultando parte de su historia, se presentaba como Profesor, no siéndolo, enredado en proyectos que no tenían posibilidad de salir adelante, como el de Liceos y Colegios de los que quería ser propietario y Director, sin tener la cualificación académica necesaria, invirtiendo dinero que era de su familia en dichos proyectos, sin que le importara la estabilidad económica de su familia, que corría a cuenta de los bienes y del trabajo de su esposa, ausentándose con frecuencia y por largas temporadas del hogar para vivir en San Salvador, pero toda la ruindad de su alma se mostraría en acontecimientos posteriores. Doña Clara del Carmen, sin embargo, lo trataba como si fuera el mejor y el más leal de los esposos.
Con gran esmero, Clara del Carmen se dedicó a la educación humana y cristiana de sus hijos, para todos con el mismo amor y con la misma veneración. Es una lástima que nadie haya recogido los recuerdos de sus hijos sobre madre tan santa, porque habría sido un testimonio valiosísimo de cómo de sus virtudes en esta etapa de su vida.
Tengo muy presente la imagen de Doña Clara, dice un testigo, siendo una esposa joven y hermosa, llevando a sus hijitos mayores al colegio que las Señoritas Campos tenían en Santa Tecla.
Otra testigo, igualmente recordará, que Doña Clara era una de las personas que más colaboraban en la vida parroquial, era una mujer de Iglesia, dice. El párroco de la Inmaculada Concepción tenía mucha confianza en ella. Un día, mientras estaban en el Santo Vía crucis el párroco es llamado para atender a una persona que se encontraba moribunda. El Sacerdote le entrega a Doña Clara el libro del que leía y le dice: “Siga Usted”.
Ella, se vio un poco sorprendida y se puso nerviosa, así que comenzó a pasar páginas diciendo: aquí no es, aquí tampoco, hasta que halló la página correspondiente y prosiguió con el santo ejercicio.
Madre Genoveva dirá que sin ningún libro, Madre Clara María, hacía unas meditaciones sobre el camino de la cruz como ella jamás leyó en ningún otro libro. Esto, de alguna manera, expresa la profunda, asidua y amorosa contemplación de la pasión y muerte de Jesús realizada por la Madre Fundadora.
Al concluir las labores del día, todavía le quedaban fuerzas a Doña Clara del Carmen para dedicarse a la lectura de libros piadosos y espirituales: San Agustín, San Juan de la Cruz, Tomás de Kempis, pero, sobre todo, Santa Teresa de Jesús, con quien sentía una grande empatía espiritual.
Roberto Bolaños Aguilar.