Comentario a la Poesía 1

 A la Virgen de Bethem

niñas

Sentí una emoción indescriptible la primera vez que tuve entre mis manos la versión original de las poesías de Madre Clarita, pues era poner mis manos donde alguna vez las puso ella. Eso sin juzgar de sus valores estéticos y de su técnica poética, pues para ello doctores tiene la Santa Madre Iglesia.

Su letra hermosa, caligráfica, clara, serena, hecha sin prisas es vehículo de alta espiritualidad cristiana. Ella en verdad logró en lenguaje poético transmitir con justeza y sencillez las ideas de la doctrina cristiana, ideal de este estilo de poesía, lo que entre nosotros sólo había logrado el Padre Bernal.

Sin duda, una de sus poesías más logradas es la que lleva por título A la Virgen de Betlem, que es una hermosa paráfrasis de la oración tradicional de la salve.

Sin pretensiones de gran poeta, Madre Clarita comienza afirmando con contundencia que sólo los amores de Dios comprende.

Es claro que la Sierva de Dios quiere delimitar bien su campo, que no es el de la mera literatura, sino el de la experiencia de Dios, que trasciende los límites de la razón, pues trata de expresar una vivencia de fe.

Ya lo dijo San Juan de la Cruz, que la experiencia de intimidad con Dios:

Es un sublime sentir,

Un sentir no sabiendo,

Toda ciencia trascendiendo.

 Y Santo Tomás de Aquino piensa que hay dos tipos de conocimiento; uno discursivo, que tiene como instrumento la razón, y el otro directo e inmediato que tiene como causa la intuición; en ese sentido hemos de entender el “Sólo los amores de Dios comprendo”, por la autorrevelación de Dios en la persona del creyen

Acaso Madre Clarita, recordara con nostalgia su vocación poética, pero su seguimiento de Cristo le pide dejarlo todo, aun la lícita poesía religiosa; al parecer hubo una época de su vida, más productiva en este sentido.

Ella ocupa un interesante recurso poético para introducir su poesía. Se imagina, que escucha un eco (una voz eca) que le recuerda su condición de poeta. Ella escuchando tal voz se siente halagada (hueca) y, sin llegar a la vanidad, es decir sin comprender lo que la voz le dice, pues quiere dejar claro que sólo el amor de       Dios le interesa, hace de su poesía una oración, sublimación la llamaría S. Freud.

Una tarde, recuerdo;…

Oí que una voz eca (el eco de una voz)

Me arguía de poetisa;

Y yo muy hueca

Recibía los loores,

De cosas que no entiendo,

pues sólo los amores

de Dios comprendo.

Pero sentime ufana,

Al cabo…y atrevida

Un día de la mañana,

Pulsé mi lira

Que, aunque ya destemplada,

Y envejecida,

Me dió sus acordes:

 Madre Clara María no solía fechar sus poesías, sobre todo en las versiones corregidas, por eso cuando las leemos nos preguntamos ante sus escritos ¿y esta poesía cuándo la escribió? Evidentemente las circunstancias históricas, se nos escapan y las biográficas también, por eso sólo podemos elucubrar sobre la fecha de composición de sus poesías.

Imaginamos que “A Nuestra Señora de Belén”  fué escrita ya tarde en la vida de Madre Clara María, ya era religiosa en el convento de Belén (1916), antes del terremoto de 1919. La veneración devota  a la Virgen de Belén  está centrada en el antiguo Convento de Belén fundado por los Padre Capuchinos y tiene relación directa con la        Divina Pastora.

La misma Autora habla poéticamente de una lira envejecida y ya desafinada por el desuso. De modo que se puede deducir que pasó muchos años sin pulsar su lira poética. Pero la Virgen María, en el misterio de Belén, bien vale la pena (pues tanto es tu valer, que para nos valer, si nos vales).

Es un momento de mucha tensión poética en el que llega la necesaria inspiración poética (las musas) y pulsando la lira (que nos recuerda cuando la declamación era acompañada por la lira), de su instrumento musical brotan los primeros acordes de su poesía, en realidad de su alma, su poesía no es una mera forma sin alma, ella puede ser definida como poesía del corazón (recordemos el pensamiento de Blas Pascal: el corazón tiene razones que la razón no entiende).

Su estructura formal es muy sencilla, se trata más bien de una oración poetizada, que expresa la devoción mariana de su Autora. Es simplemente una paráfrasis de la oración tradicional que data del siglo XIII, y que algunos atribuyen a San Bernardo de Claraval. Teológica y piadosamente fué comentada por San Alfonso Mª. de Ligorio en sus inmortales “Glorias de María”.

Tres cosas comienza invocando Madre Clara María:

1  La primera expresión, pretende llamar la atención de la Virgen:  ¡Salve Regina!. María es reina, porque su divino Hijo es el Rey de Reyes, pero es reina no de justicia sino de misericordia.  Como a una reina la saluda: ¡Dios te salve!

 2  La segunda expresión de la Autora la invoca como Madre, cuya característica principal es la misericordia, la ternura por sus hijos, el amor entrañable. Entre las cosas que la Virgen María dijo a San Juan Diego en el Tepeyac, recoge el Nican Mopohua, es: no estoy yo aquí que soy tu Madre.

 3  Y la tercera, es la más personalizada. Sí María es la Madre de todos los que creemos en Cristo, es mi madre. La experiencia de la maternidad de María es fundamental en la espiritualidad mariana de Madre Clara María de Jesús.

 Cuenta el teólogo Ruffini en su “Vademecum de Ejemplos Predicables”, que muchas veces me sacó de apuros, que se encontraba Don Bosco conversando con un grupo de pequeños desharapados y les preguntó: ¿quién es María?

 Uno respondió rápidamente: ¡es la Madre de Dios¡. Bien, respondió el santo, pero la respuesta es incompleta.

Otro chico dijo: ¡María es Madre de Cristo y de todos los cristianos!. Mmmmm…musitó Don Bosco…algo falta a tu respuesta.

 Finalmente les dijo: María es mi madre. Ella tiene una relación de maternidad con cada uno de nosotros.

 Madre Clara María no habla de oídas, ni de lo que  ha leído, habla desde la experiencia, de alguien que la ha acompañado a lo largo de su vida y cuya presencia ha sentido en los momentos más difíciles de ella, como cuando, recién abandonada por su esposo, murió en sus brazos su pequeña hija Francisca Mercedes.

 Evidentemente, el lugar donde nace nuestra oración la contextualiza, la encarna. En ese sentido no será lo mismo orar desde la soberbia Londres que hacerlo desde la violenta San Salvador. Oramos desde nuestra vida y peculiar situación.

 Siguiendo la pauta marcada por la Salve, Madre Clara María señala como lugar donde nace su imploración, a Tí clamamos, a Tí suspiramos gimiendo y llorando, el mundo en su carácter existencial: un valle de lágrimas y miserias, de dolores y de afanes, el Edén era un valle de delicias, el mundo un valle de lágrimas.

 La razón espiritual por la que este mundo es un valle de dolores, para merecer quizá sería mejor decir, es el alejamiento de Dios por el pecado, que es la herencia maldita de Adán y Eva-Ave. 

Clamo a tí, Virgen bendita,

Desterrada [1]en este valle

De lágrimas y miseria, de dolores y de afanes,

Que me legó Eva primera,

Con el pecado culpable…..

 En la oración de petición, a Dios agrada nuestra súplica, y hasta nuestra insistencia, saber qué y cómo pedirle a Dios lo que necesitamos es lo más difícil,  es necesario establecer una prioridad entre lo espiritual y lo material necesario; naturalmente hay cosas que el Señor no va a negarnos, como el Divino Espíritu, porque sabe que las necesitamos para alcanzar la meta de nuestra existencia que es la salvación, lo demás será una añadidura. Madre Clara María sabe esto, por eso en su oración poética pide salvarse por la misericordia de Dios:

¡¡Dulcísima Medianera!!

¡¡Concédeme que me salve!!

 Sabe que el Padre Dios, y más la Virgen María no le negarán nada que les pida por su Hijo, por eso dice a María Santísima:

Vuelve, Señora, tus ojos

Y por el Bendito Fruto,

De tus entrañas ¡oh Madre!,

Clemente escucha mis ruegos,

¡¡Dulcísima Medianera!!

¡¡Concédeme que me salve!!

 Madre Clarita sabe perfectamente que “no hay otro Nombre en el cielo y en la tierra por el cual podamos salvarnos que el de Jesucristo”, Él es único Mediador entre Dios y el hombre, pero como enseña el Concilio Vaticano II que, tanto María como la Iglesia, son mediadoras de gracia.

 Pero que sus mediaciones han de entenderse en la mediación única de Cristo.”  Experiencialmente, la Sierva de Dios, sabe que para llegar a Cristo la vía más recta es por María, por ello refugiándose en la celestial protección de tan gran Señora espera y confía.

 Sin embargo el amor de Madre Clara María, a quien llama su Madre, “vuelve Señora tus ojos; a esta tu hija miserable”, reserva el título de Mediador exclusivo, pero en esa única mediación, la mediación de María es prominente, destacada; por eso, le conviene el título único de Medianera. Sin haber cursado la teología, ni hecho estudios especiales de Mariología, teológicamente hila muy fino en su poesía.

 El fin de refugiarse bajo el manto de María es finalmente alcanzar la meta: ver a Dios. Tú y yo sabemos que sólo los limpios de corazón verán a Dios ¿no esa nuestra máxima aspiración?

 Dos imágenes usa Madre Clara María para expresar la vida beatífica en el cielo.

Maria

 La primera es muy hermosa, se trata de pedirle a la Virgen que nos muestre a Jesús; otra tiene que ver con los pechos que ella califica de purísimos, que le amamantaron, y el seno virginal que le acogió; la maternidad divina y humana tienen así que ver con la suprema libertad de acoger una vida que no es propia, ni una excrecencia del propio cuerpo, pero que tiene un lugar dentro de los planes salvíficos del Padre Dios.

 El mayor anhelo de Madre Clara María es ver a Dios, ir al cielo, en otras palabras, por eso, recurre a la intercesión orante ante María, pues sabe perfectamente que sin la ayuda de la gracia (María es la Llena de Gracia) el esfuerzo humano por salvarse es inútil: 

Para que haciéndome digna,

De las promesas, alcance,

De tu Hijo bendítisimo,

Ir a la gloria a gozarle.

Al llegar a poseer y gozar a Dios, cumplida la meta, qué descanso y regocijo, ya todo será alabanza de Cristo, por su misericordia, y de las grandezas de María. En una hermosa estrofa se imagina los gozos celestiales, en que ella, en compañía de los coros angélicos entonará con su vieja lira ¡Salve!¡Salve!.

 Vuelta la mirada “a este valle de lágrimas y de miserias” en donde su oración se torna petición de socorro, sobre todo. En un místico intercambio con los pastores de Belén y con los santos Reyes Magos y presenta en lugar de sus donecillos sus oraciones llenas de fuego (fervientes) y en vez del oro, el incienso y la mirra de los Reyes Magos ofrece sus amarguras, su amor y su oración ardiente. 

magos

En realidad, la poesía-oración de la Sierva de Dios nos habla de su entrañable oración mariana y expresa su convicción de ser hija de María a quien acude en busca de gracia para vencer en la lucha que es la vida cristiana.

 A un fariseo que preguntó a Jesús ¿quién es mi prójimo? El Señor le contestó narrando la historia del hombre malherido por los ladrones y socorrido por un samaritano que lo trató como su prójimo. Al finalizar le dijo: “Ahora vete y haz tú lo mismo.”

 Esta poesía nos muestra no sólo cuán admirable es en Madre Clara María la devoción y confianza marianas, sino para que nosotros, cristianos del siglo XXI hagamos lo mismo.

Maria5

Roberto Bolaños Aguilar.

Santander, Noviembre 2014



[1]    La nostalgia del paraíso, el sentirse como alguien que está lejos de su tierra, es común en los espíritus más sensibles. San Pablo afirma que somos ciudadanos del cielo.

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