Quiero llorar, pero llorar contigo…

“QUIERO LLORAR, PERO LLORAR CONTIGO:”

 MADRE CLARITA Y LA VIRGEN DE LOS DOLORES.

 

Alfredo Alvarado, ha abandonado a su esposa, Doña Clara del Carmen, y a sus cinco hijos, por seguir viviendo de acuerdo a sus veleidades. Incumpliendo así sus sagrados votos matrimoniales.  Doña Clara, había experimentado el dolor inmenso de ver morir a su hija Francisca Mercedes, frente a tanto dolor y abandono ¿adónde acudir?. ¡Sólo a la Virgen María en su misterio de dolor!.

Dice la gran Santa Teresa, en el Libro de su Vida, que al morir su madre “como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora y suplíquele fuese mi Madre, con muchas lágrimas. Paréceme que aunque se hizo con simpleza me ha valido; porque he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella[1]”.

Fueron momentos muy difíciles para Madre Clara María. No resulta fácil aceptar el abandono de un esposo y la muerte de una hija pequeña; y, por sí esto fuera poco, quedar a cargo de una familia numerosa. Humanamente hablando, en este momento no tenía ayuda. Acaso la de su madre Doña Carmen López.

Doña Clara del Carmen se vuelve entonces a la Virgen María, dando así lugar a lo que algunos místicos llaman la segunda conversión, que implica una intensificación cualitativa de la vida cristiana. En este proceso Madre Clara María vivencia más hondamente la maternidad de María y experimenta su protección; como participante de la espiritualidad carmelitana   descubre que ante todo María es Madre de Dios y Madre nuestra. Ella misma nos lo dice en su poema “A la Virgen de Betlem”:

De misericordia Madre

Y dulzura de mi vida;

De mis males esperanza

¡Madre mía!… ¡Dios te salve!…

Pero en este momento de su vida, hay una identificación especial con María en su misterio de dolor. María, la dolorosa, sufre, ha perdido, como ella todo apoyo humano; es más, sufre siendo inocente.

Contemplando a María de los Dolores se siente aliviada en su sufrimiento, como que respira libre, y se siente internamente renovada y con fuerza para emprender la dura batalla de cada día:

¡Al pie de tus altares yo respiro!

Y siento reanimarse mi existencia; […]

Es la Dolorosa la que le abre nuevos horizontes de santidad. María se convierte así para ella en Madre y Guía:

Y si a la altura del Calvario miro (a Cristo crucificado por amor)

A ser gran santa con anhelo aspiro (amor con amor se paga)

Y a llegar de la cumbre a la eminencia. (subida del monte Carmelo)

Doña Clara encuentra en la Virgen seguro abrigo y protección oportuna. María es para ella una verdadera Madre:

… que tu manto,

Sea siempre en mis penas dulce abrigo,

No permitas sucumba en mi quebranto;

Yo no rehúso del dolor el llanto;

¡Quiero llorar…! ¡Pero llorar contigo!

María como Madre y guía son dos de las notas sobresalientes de la espiritualidad carmelitana de la que ella es una flor y fruto.

Su identificación psicológica con la Virgen de Los Dolores es total. La Santísima Virgen es una referencia protectora, esta vivencia se expresa en hermosas figuras poéticas, una vez más en Madre Clarita lo que dice es mucho más importante que el como lo dice:

Fuente de amor y de clemencia pía.

Acógelas (mis lágrimas) Señora; que tu manto,

Sea siempre en mis penas dulce abrigo

No permitas que sucumba en mi quebranto;

El problema del sufrimiento es afrontado por Madre Clara María con realismo sano. No rehúye el dolor, sabe que forma parte de la condición humana, lo asume en su dimensión redentora; sólo busca el apoyo de la gracia. En este sentido nadie mejor que Jesús y María. Sus vidas no todas fueron misterios de gozo o gloria, no todas fueron luz, en ellas también estuvo el misterio oscuro del dolor. Ellos sabían, como Madre Clara María lo sabía, que sólo la cruz es el camino para llegar a la luz. Dice la Carta a los Hebreos refiriéndose a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote: “Probado en todo, excepto en el pecado.” (4,15) Lo mismo se puede decir de María: “probada en todo, excepto en el pecado”.

Por eso, Madre Clara María llega a afirmar:

¡Quiero llorar!… ¡pero llorar contigo!…

El sufrimiento, en su variada gama de formas, estuvo presente en la vida de la Sierva de Dios, desde que fue raptada por su padre siendo apenas una niña, pasando por las dificultades conyugales con Don Alfredo, su esposo, la muerte de dos de sus pequeñas hijas, la incomprensión de su proyecto de fundar a las Carmelitas Teresas de San José, y. finalmente, su última enfermedad y muerte por paro cardio-respiratorio. Madre Genoveva del Buen Pastor afirma al respecto: “Pero… ¡Dios mío! Aquella privilegiada niña debía muy pronto cantar la nota discordante del martirio, pues por desacuerdos matrimoniales, su padre la hurtó cuando apenas contaba un año.

El sufrimiento, sin embargo, no la sumía en la inactividad y la desesperación. Pronto buscó en su pertenencia a Asociaciones Piadosas un cauce de realización como mujer cristiana. Aunque abandonada por su marido conservó su dignidad como mujer y madre.

Su inscripción en la  Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, abre esta nueva etapa en la vida cristiana de Doña Clara Quirós de Alvarado.  Es evidente que este hecho no es casual, ni trivial, sino lleno de múltiples significaciones, la primera de las cuales es la identificación de Doña Clara con la Madre sufriente.

El amor está lleno de pequeños detalles; pronto reúne un  grupito de miembros de la hermandad de Los Dolores y dotan la venerada imagen de Los Dolores de un manto bordado nuevo. Pero lo más importante es que su devoción mariana se convierte en lazos de solidaridad con los pobres. Madre Clara María no puede ver que alguien sufra sin procurar aliviar su dolor. El dolor del prójimo es su propio dolor. Así su pertenencia a la Hermandad de Nuestra Señora de Los Dolores dinamiza su caridad con el prójimo, Dios incluido, impulsándola a una práctica heroica.

 

Entre los católicos salvadoreños Madre Clara María destaca por su preocupación por el prójimo sufriente. Amarlo es su parte de su compromiso de amor a Dios y a María.

Su entrega y compromiso mariano alcanzará su plenitud cuando participe de la espiritualidad carmelita, cristológica y mariana por definición.

Roberto Bolaños Aguilar, C. Ss.R.

 


[1]    SANTA TERESA DE JESÚS. Libro de su Vida, 1, 5.

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