Meditación 17

Meditación 17

En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María y el 85 Aniversario de la ida al cielo de Madre Clarita  les presentamos la siguiente Meditación.

La  vivencia  mariana de

Madre Clara María de Jesús Quirós.

I

 Nos hallamos reunidos en el nombre del Señor Jesús para celebrar la gran solemnidad de Nuestra Señora del Carmen.  Según Nuestro Calendario Litúrgico se trata de una memoria libre, es decir una celebración que queda a la voluntad del  que preside hacerla o no, sin embargo, nos encontramos ante una de las fiestas de la Virgen María que celebra el universo católico entero.  Este hecho, evidente,  ya lo reconocía el Papa  Pablo VI cuando decía: hay fiestas que  fueron celebradas originariamente en determinadas familias religiosas, pero que hoy, por la difusión alcanzada, pueden considerarse verdaderamente eclesiales, como el 16 de julio, la Virgen del Carmen.  [1]

 La maravillosa difusión  de la devoción a la Virgen del Carmen  va ligada muy estrechamente a la expansión de la Orden del Monte Carmelo y  todos los Institutos Religiosos que participan de la espiritualidad carmelitana.   No debemos olvidar, sin embargo,  que este fenómeno religioso se debe también a las promesas que van asociadas a la Santísima Virgen del  Monte Carmelo, como son el Santo Escapulario, pequeño hábito, como lo llamó el Papa Pío XII que expresa la consagración amorosa a la Madre de Dios del Carmelo, y  el  Privilegio Sabatino que ha hecho de la Virgen del Carmen la Madre bendita de las ánimas del purgatorio.

En nuestro país,  la devoción a Nuestra Señora del Carmen, precedió de alguna manera a la presencia de los Institutos Religiosos que la tienen como Patrona y  se vincula más bien a la egregia figura cristiana del Coronel Don León Castillo y del R.P. José María López Peña, sin olvidar, naturalmente al Segundo Obispo de El Salvador, Monseñor Tomás Miguel Pineda y Saldaña, de santa memoria.

II

 Sin duda este es un día muy especial en la Congregación de Hermanas Carmelitas de San José, que desde su fundación fueron puestas bajo el amoroso patrocinio de Nuestra Señora del Monte Carmelo; es un día en el que nos regocijamos por las maravillas que el Señor realizó en la Santísima Virgen María; es uno de esos días en los que con un cariño entrañable de hijos proclamamos, con todas las generaciones de católicos que nos precedieron y nos sucederán, que la Virgen María es la Bienaventurada por excelencia,  la bendita entre todas las mujeres por haber sido predestinada a ser la Madre de Dios y la Madre de todos los Hombres y las Mujeres.

Entre esos hombres y mujeres que nos precedieron en el amor filial a la Virgen del Carmen, sobresale, por méritos propios, la Sierva de Dios Clara María Quirós, que para un día como hoy escribió:

Virgen del Carmen, tu nombre llevamos.

De Carmelitas erguimos el pendón,

Y en este día dichoso publicamos

Que eres la gloria de los que te amamos

Portando venturosos tu blasón.[2]

Los que veneramos la santa memoria de Madre Clara María de Jesús, sabemos que en nosotros ella se haya indisolublemente vinculada a la Santísima Virgen del Carmen.

 Madre Clara María no fue una mujer que se dedicara a estudiar de manera sistemática el misterio de Dios,  no sería lícito llamarla Teóloga, a no ser que entendiéramos que un teólogo es un hombre o una mujer con una profunda y auténtica experiencia de Dios, que acaso sea el verdadero sentido del vocablo.  Pero es evidente que en su vida la vivencia del misterio divino constituye uno de los elementos esenciales, cuando no el esencial y fundamental, con toda razón al Padre San Juan de la Cruz escribió que  la experiencia mística es:   Un sublime sentir, / un sentir no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo.[3]

 En el mismo sentido, no podemos hablar de la Mariología de Madre Clara María, pero sí podemos hablar de su vivencia mariana; fue la Madre Genoveva del Buen Pastor la que definió a la Santa Fundadora como una “mujer eucarística”,  yo añadiría, con todo respeto,  que también fue una “mujer mariana”, precisamente por eucarística.

 Uno de los mejores conocedores de la vida, obra y espiritualidad de Madre Clara María,  el P. Alberto Barrios Moneo, escribió que  “la experiencia mariana carmelitana de Madre Clarita fue la que centró toda su vida espiritualidad y la catapultó por el camino de la santidad”.  Desde su más tierna infancia esta mujer fue como predestinada a ser una de las hijas sobresalientes de Nuestra Señora del Carmen, cuando en la misma pila bautismal, sus padres, Daniel y Carmen,  le dieron el hermoso nombre de Clara del Carmen.   ¡Clara, sí, pero del Carmen!  Ella misma  años después escribiría:

¡Todo querida Madre, te lo he dado!

¡Nada me queda…! ¡Cuanto me has pedido,

gustosa por seguirte lo he dejado,

en aras de tu amor sacrificado,

por más que el corazón lo haya querido.[4]

 Esta especial pertenencia a la Virgen del Carmen manifiesta, precisamente, una de las características de la espiritualidad carmelitana en la que se designa a la Virgen como Señora, es decir, como poseedora legítima de todo lo que somos y tenemos.  A cambio de esta especie de pacto de fidelidad,  con reminiscencias de amor medieval, María se convierte en la especial protectora de nuestras vidas:

Acógelas, Señora; que tu manto

Sea siempre en mis penas dulce abrigo

No permitas que sucumba en mi quebranto;

Yo no rehúso del dolor el llanto;

¡Quiero llorar!… ¡Pero llorar contigo! [5]

 Conocedora profunda de la tradición carmelitana que se remite al mismo Profeta Elías, y que ve en la nubecilla de la que nos habla el Libro de los Reyes una prefiguración de la Santísima Virgen María como Medianera de Gracia, la recoge en su primera poesía a la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Carmen:

Visión Sublime, de apacible encanto,

Idea del Eterno acariciada;

Risueña nubecilla, ya tu manto,

Gozosa mi alma percibe enajenada.  [6]

 En la vivencia mariana de Madre Clara María, la Virgen del Carmen es ante todo Madre, y así la proclama en sus poesías, en donde es el título mariano que más veces se repite.  La experiencia maternal mariana de la Sierva de Dios es la que define y  perfila exactamente sus relaciones con la Madre de Dios.  Tus hijos somos; Tú, eres Madre nuestra, te profesamos rendida sumisión… y extáticos de amor… hoy te ofrendamos todo el corazón.[7]

 Yo voy en pos de ti, Madre Querida,  ha muchos años que te busca mi alma, envía tu profeta que me diga: ¡Prosigue! ¡Ya tu dicha está cercana!…[8]

 Pero para Madre Clarita no es sólo la  Madre, sino la Madre Inmaculada.  Aquí es donde se explica que en el acta de su profesión en la Orden Tercera del Monte Carmelo se comprometiera a defender el Dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Tú a quien la diestra del Altísimo quiso

Preservar de la infausta maldición,

Que allegó a nuestra madre en el Paraíso

Y exenta y libre de la culpa te hizo,

De abeterno en limpia concepción.   [9]

 Así la Señora del Monte Carmelo es Madre Inmaculada, pero madre de pecadores.  En este sentido es que Madre Clara María afirma que la Virgen María es Medianera de Gracia, aquella por cuyas manos vienen de Dios hacia nosotros innumerables bendiciones y gracias, de modo especial María es para sus hijos  camino de salvación:

Vuelve Señora tus ojos

A esta hija miserable

Y por el bendito fruto

de tus entrañas !Oh madre¡

clemente escucha mis ruegos,

Piadosa atiende a mis males.

¡¡Dulcísima Medianera!!

¡¡Concédeme que me salve¡¡  [10]

 La mediación de María ante su divino Hijo es tan poderosa que reparte sus dones y sus gracias a manos llenas, a dos manos, o como la llama Madre Clara María en una imagen inusitada:  Oficiosa Ambidextra.[11]  En su poesía a la Santísima Virgen en sus Dolores, la llama  “fuente de amor y de clemencia pía”. [12]

 El Padre Joachim Dilleschneider, en este mismo sentido, la llama: “la Omnipotencia Suplicante”

 La espiritualidad mariana de la escuela carmelitana también entiende que María es para el cristiano una auténtica Maestra de contemplación,  pues como afirma el Santo Evangelio, “María Guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón.”   Así el Carmelita y el cristiano en general tienen que ser contemplativos, pues sólo por este camino se convertirá en un evangelizador, es decir, alguien que desde su propia experiencia lleve a los hombres y mujeres a Dios.

 Para Madre Clarita, la Virgen del Carmen es su divina Maestra,  la que le muestra el camino que conduce a Cristo, el Monte de la Salvación: Y extáticos de amor Divina Maestra/ hoy te ofrendamos todo el corazón.” [13]

 El magisterio de María para con los cristianos es para la Sierva de Dios un camino de imitación.  Hemos de imitar las actitudes de la Santísima Virgen puesto que ella es la  Primera Discípula de Cristo y así mientras imitamos a María estamos en realidad imitando su Divino Hijo Jesucristo.

 El amor de Madre Clara María de Jesús hacia la Santísima Virgen es tan intenso, que reviste todos los matices de regocijo del amor humano.  Ama tanto a su madre que inventa calificativos, epítetos, la proclama la más bella entre todas las criaturas, la fuente de toda bendición, el amor más hermoso, el más generoso, el más clemente y misericordioso, en una letanía amorosa que rompe moldes en cuanto a su originalidad, porque para cantarle a María invoca a todos los seres de la Creación.

Flor del empíreo, casta y graciosa,

Celeste Virgen,  Hija de Sión,

Violeta púdica con tus aromas,

Me das la vida del corazón.  [14]

 Posiblemente haya en la Historia de la Iglesia quienes hayan escrito con mayor sabiduría sobre la Santísima Virgen María, pero creo que habrá muy pocos que lo hayan hecho con tanto amor.  Madre Clara María es en nuestra tierra la gran cantora de “las glorias de María”.

 Sólo a una persona amó Madre Clara María más que a la Santísima Virgen del Carmen…  a Jesús.

Quiero concluir esta reflexión con el estribillo de los Gozos de Nuestra Señora del Carmen,  que he estado escuchando a lo largo de nueve días, como una especie de novena en honor de nuestra Madre, que también está ligada a la historia de mi vida, pues en un día como hoy, en la destruida Iglesia de San José, recibí por primera vez a Jesús en la Eucaristía:

Pues sois de nuestro consuelo,

El medio más poderoso,

Sed nuestro amparo amoroso,

Madre de Dios del Carmelo.

Roberto Bolaños Aguilar


[1]    Marialis Cultus, 8.

[2]    A la Virgen del Carmen en su Día,  primera estrofa.

[3]    Coplas sobre un Éxtasis de harta Contemplación.

[4]    A la Santísima Virgen en sus Dolores,  párrafo quinto.

[5]    Ídem. ,  Estrofa séptima.

[6]    Primera Estrofa.

[7]    A la Santísima Virgen del Carmen en su Día,   estrofa décima.

[8]    A la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Carmen,  estrofa quinta.

[9]    La expresión limpia concepción con que Madre Clara se refiere a la Inmaculada Concepción de María es  del más rancio abolengo castellano, pues fue en España y en América Hispana en donde se le llamó a este privilegio la limpia concepción y a la Virgen Nuestra Señora de la Limpia Concepción.  Con tan título se llamó a la primera Patrona de Costa Rica: Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Ujarraz.

[10]    A la Virgen de Betlem,  estrofa primera.

[11]   A la Santísima Virgen del Carmen, en su día. , Estrofa décima.

[12]    Estrofa sexta.

[13]    Ídem. ,  Estrofa décima.

[14]   A la Reina de las Vírgenes del Claustro, María Santísima del Carmen, estrofa tercera.

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Meditación 16

Madre Clara María Quirós

y  el Espíritu del Carmelo.

El 12 de agosto de 1857, una inmensa alegría llenó el hogar de los jóvenes esposos Don Daniel Quirós Escolán y Doña Carmen López.  Esa era fecha que había escogido la Divina Providencia para que viera por primera vez la luz de este mundo su hija primogénita.

En la pila bautismal escogieron para ella los nombres de CLARA DEL CARMEN:   Clara, brillante, ilustre, porque el día de su nacimiento en la Iglesia se celebraba la memoria de Santa Clara, el Lirio de Asís, y Carmen. Altura hermosa,  por su madre, pero sobre todo por la Santísima Virgen del Carmen, a quien su familia tenía especial devoción.

El llamar a la pequeña recién nacida con el dulcísimo nombre de la Virgen María del Monte Carmelo, podría parecer un hecho poco menos que fortuito, los padres siempre tratan de imponer lindos nombres a sus hijos;  en este caso, sin embargo,  el genitivo  “del Carmen”, propiedad de la Virgen del Carmen, vendría a marcar hondamente, de un modo singular, el itinerario espiritual de Clara del Carmen, de tal manera que la pequeña recién nacida estaba llamada a ser y vivir totalmente en clave carmelitana.

Algunos acontecimientos en la vida de las personas, son de tal trascendencia para el futuro de su vida cristiana, que, con razón, puede llamarse su conversión, aunque de hecho hayan llevado una buena vida cristiana y puedan ser definidas como personas virtuosas.  En este sentido podemos afirmar que en la vida de Madre Clara María se da un fuerte momento de conversión cuando en febrero de 1885 es abandonada por su esposo con cinco hijos y uno en camino.  En mayo,  aun más, pierde a su pequeña hija María Francisca Mercedes, de tan sólo cuatro años.

¿Adónde buscar refugio? ¿Adónde consuelo? Por  supuesto abandonándose confiadamente en los brazos de Dios, pero, también, amparándose en el amor maternal de la Santísima Virgen María.  Primero se inscribió en la Hermandad de Nuestra Señora de Los Dolores, a quien en uno de sus poemas, escrito posteriormente dirá: ¡Quiero llorar, pero llorar contigo!

Y es que Madre Clarita, de la mano de María llegará a Jesús.  Posteriormente se inscribirá en la Guardia de Honor del Santísimo Sacramento y será la eternamente enamorada del Divino Prisionero.

El momento decisivo, sin embargo, en la vida de Madre Clara María de Jesús llegará cuando el 16 de julio de 1879, se inscriba en la Hermandad de Nuestra Señora del  Monte Carmelo, cuyo Hermano Mayor era el devotísimo Don León Castillo.  Momento decisivo lo llamo porque a partir de entonces la vivencia espiritual de la Sierva de Dios será definida por las coordenadas de la espiritualidad carmelitana.

¿En qué fuentes bebe Madre Clara las aguas del espíritu del Carmelo?  Naturalmente que en las más  puras y transparentes.  Alguno de sus biógrafos nos la presenta, cuando aún era casada, y se santificaba como esposa y madre de familia, aprovechando las horas de la noche, cuando los niños dormían,  para leer los escritos de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz y otros escritores de la escuela carmelitana.  Después vendrían las horas de meditación sobre lo leído y el proceso de asimilación intelectual y vital.  Acaso consultaría con el Padre López Peña o alguno de sus directores espirituales los puntos difíciles de entender en los escritos de los Reformadores de la Orden del Carmen.

Para lo concreto, lo cotidiano, estaba también el  Manual de la Tercera Orden del Monte Carmelo, que señalaba las obligaciones y las actividades devocionales de un terciario carmelita.  La vida de Madre Clara María se iba configurando con las actitudes esenciales del espíritu del Carmelo.

Pero su fuente más importante de conocimiento  de la espiritualidad carmelitana era la oración rendida a los pies de la Virgen del Carmen:

Yo, te suplico rendida,

Que me deis el gran consuelo,

De consagrarme, aunque indigna,

Al servicio de vuestros templos.

Si el pan que se le da a los hijos,

No se les arroja a los perros,

Vos sabéis que éstos viven

Del desperdicio de aquellos.

¡Quién me diera ser, Señora,

vuestra esclava en este suelo!

Y en premio de mis afanes,

¡¡ver realizado mi anhelo!!

Su identificación con lo carmelitano es tan fuerte y vital que su mismo proyecto de fundación de un nuevo instituto religioso no puede sino nacer de su amor a nuestra Señora del Carmen e inspirarse en la vida de las Carmelitas, sobre todo de los conventos de la Madre Santa Teresa de Jesús…

Es cierto que la espiritualidad carmelitana es muy compleja, pero también es cierto que Madre Clara María de Jesús la asimiló de una manera asombrosa, porque sólo así sería capaz de transmitirla a las generaciones de Carmelitas de San José que vendrían detrás de ella y que la tendrían como el modelo de vida y espiritualidad que corresponde al fundador o fundadora de una  Congregación Religiosa.

Todos conocemos los relatos históricos y legendarios acerca de los orígenes de la Venerable Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo y, por supuesto, tenemos noticia de aquellos elementos que ayudaron a configurarla como un camino de santidad y de evangelización válido en la Iglesia Católica.  El primer elemento es la centralidad de Cristo en la vida de un carmelita;  el segundo, la dimensión fuertemente contemplativa que supone; y, el tercero, aunque no el menos importante, el amor filial intenso a la Santísima Virgen María.

Los tres elementos están marcadamente presentes en la vida de Madre Clarita y, además, íntegramente transmitidos a sus hijas las Carmelitas de San José.

La Vida Consagrada, como seguimiento de Cristo, sumamente amado, es un elemento esencial en la figura histórica de Madre Clara María.  Su vida y su obra no se puede entender si no las contemplamos  desde la centralidad de Cristo que la llama a seguirlo en la dimensión de la cruz.

La vivencia cristiana de Madre Clarita expresa el cristocentrismo del que venimos hablando en la exigencia radical de la observancia de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.  Son muchos los recuerdos que a este respecto se conservan entre las Carmelitas de San José sobre la santa intransigencia de la Sierva de Dios en cuanto a todo aquello que pudiera ir en relajación  de la consagración religiosa hecha por la profesión de los consejos evangélicos.  De hecho, una de sus frases más hermosas,  dicha poco antes de su muerte, se refieren a la fidelidad a la Consagración religiosa: Yo desde el cielo las ayudaré, pero si guardan el espíritu de sencillez y pobreza que les dejo.

Madre Clarita, como casi todos los santos,  descubría a Cristo en el Sacramento de la Divina Eucaristía y por ello la Santa Misa y la oración ante el Santísimo Sacramento ocuparon el lugar central en su vida diaria.

La Orden del Carmen tuvo su origen en un grupo de hombres que viajaron a Palestina en el tiempo de las Cruzadas, y encontraron en el Monte Carmelo,  y sus bíblicas remembranzas del Profeta Elías, el lugar ideal para iniciar una experiencia de un vida apartada del “mundanal ruido”, dedicados totalmente a la oración, a la penitencia y a la soledad.

Debido a ello, la dimensión contemplativa es esencial al espíritu del Carmelo, y por eso los y las Carmelitas han sido a lo largo de muchos siglos los maestros de oración por excelencia en la Iglesia.

Madre Clara María también logró captar la esencialidad de la dimensión contemplativa del  espíritu del Carmelo y, no sólo ella misma aparece como una gran orante, sino que quieren que sus Carmelitas de San José conserven fuertemente arraigada esta dimensión de la espiritualidad carmelitana, a pesar de que las quiere religiosas de vida activa, apostólicas, al servicio de los más pobres.

Un texto clásico de la espiritualidad salvadoreña, junto a aquellos hermosísimos de nuestra Ana Guerra de Jesús, recogidos por el P. Antonio de Siria, podríamos llamar a este texto que Madre Clarita escribió en su “Reglamento de 1915”, al que el Padre Alberto Barrios Moneo llama las “Pequeñas Constituciones”.

Fuera de la recreación las hermanas guardarán un estricto silencio…  para poder estar así, aun en medio de las forzosas ocupaciones, más íntimamente unidas a Dios, cuyo objeto principal es el que las ha reunido, y poder así en el silencio del alma hablar con aquel Señor que dijo: “Yo la llevaré a la soledad y allí le hablaré al corazón.  Y porque el alma bulliciosa siempre andará turbada y no podrá en ningún modo recibir los suaves y amorosos silbos del Amado Pastor que puesta sobre los hombros la sacó del bullicio del mundo, trayéndola a su casa, donde quiere y exige que cada esposa suya sea como un huerto cerrado, un  precioso jardín y un ameno paraíso donde poder recrearse y descansar con ella;  se pondrá mucho esmero en este tan saludable ejercicio de la virtud del silencio.

El alma silenciosa tiene su conversación en los cielos, con los ángeles y santos, convirtiendo de modo prodigioso todas las faenas del día, y aun el descanso de la noche, en una muy alta, subida y constante oración…

El apartamiento del mundo, que es propio de la Vida Religiosa, era tan riguroso en los primeros tiempos de las Carmelitas de San José, que Madre Genoveva del Buen Pastor, llega a decir que al principio la Congregación era de  “semi-clausura”.   El realidad, el ideal contemplativo de los institutos de vida activa  se expresaba en el aforismo de que el religioso no ha de ser  sólo Marta o sólo María, sino Marta y María.   O como quería San Alfonso María de Ligorio para los Redentoristas: seis meses apóstoles en las misiones y seis meses monjes en casa.

En la cima del Monte Carmelo, muy cerca de la llamada fuente del Profeta Elías, los primeros carmelitas construyeron una sencilla ermita que dedicaron a la Virgen María.  De allí surgió una nueva advocación mariana: la de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Y es que en el espíritu carmelitano la Santísima Virgen María ocupa un lugar principalísimo, pues el Carmelita y la Carmelita son consagrados a la Virgen María.

La espiritualidad del Carmelo, ya lo hemos dicho es Cristocéntrica, pero precisamente por eso es también mariocéntrica.  Existe una innegable y riquísima vertiente mariana en los carmelitas; Madre Clarita, recogió su propia experiencia y la espiritualidad mariana del Carmelo y la trasvasa a su Congregación.  Ermanno Ancillo, escribe lo siguiente acerca de la devoción mariana en la  Orden Carmelita:

En el Carmelo la Virgen es considerada no sólo como objeto de culto y de un apostolado específico, sino como ejemplo y camino para alcanzar la unión y la intimidad más profunda con Dios.  El misterio interior de María, por la fidelidad a la Divina Palabra por la acción del Espíritu Santo, encarna admirablemente el ideal de la Orden en lo que tiene de esencial y sublime…  La devoción carmelitana a la Virgen, como realidad vivida, se manifiesta en mil gestos de afecto y respeto devoto, en un testimonio de confianza ilimitada y, sobre todo, en el esfuerzo por copiar sus rasgos espirituales, participar en sus sentimientos de amor y de entrega al servicio de Dios y los hermanos. La imitación de María para el Carmelita no se limita a un aspecto o momento de su vida, sino que tiene como objeto principal su actitud interior de adoración ininterrumpida del Verbo.  Viviendo en la intimidad con María y contemplando sus virtudes, el alma se vuelve cada vez más recogida en Dios, más despegada del mundo y sus vanidades, más contemplativa.”

Nuestra Señora del Carmen fue uno de los grandes amores de Madre Clara María, a su sombra fue madurando como cristiana, bajo su enseña se lanza a la aventura de ser Fundadora de una Congregación Religiosa, que encomienda a sus amorosos cuidados, y vestida con su librea, como esposa del Rey, transcurren los últimos años de su vida.

Una pequeña parte de la espiritualidad mariana de la Sierva de Dios, quedó recogida en la forma de sencillos versos, hermosos, profundos, nacido de lo más hondo de su amor a la Madre de Dios y Madre nuestra.

A María le complace mucho que amemos y honremos a su Esposos San José.  Al menos desde Santa Teresa de Jesús, la espiritualidad carmelitana tiene un pequeño venero de espiritualidad josefina: “Quisiera que todos fueran devotos de este gran santo”, escribió,  y Madre Clarita lo fue, no sólo porque puso bajo el Patrocinio del Esposo de la Santísima Virgen María, sino porque en su vida siempre estuvo de manifiesto su amor filial y su confianza en Nuestro Padre y Señor San José.

A lo mejor, la síntesis perfecta de todo lo que hemos querido decir, la escuchamos hace unos días, cuando un profesor del Colegio San Agustín de Mejicanos, dijo que la mayor obra de Madre Clara María de Jesús había sido “salvadoreñizar el espíritu del Carmelo.” 

Roberto Bolaños Aguilar

 

 

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Meditación 15

Mediación 15

Madre Clara María Quirós

Prototipo de la mujer salvadoreña.


Dentro de las celebraciones del Año Internacional de la Mujer, el Santo Padre Juan Pablo II, publicó su Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de las mujeres.

En esa Carta el Santo Padre no recuerda el mensaje cristiano  sobre la las mujer y nos describe, en un mundo con frecuencia pensado por y para los varones, aun sin tener en cuenta esa aberración socio-cultural de la masculinidad que es el machismo, el mensaje liberador de la Palabra de Dios para la mujer.

Este día, 8 de marzo, en este lugar tan ligado a sus vivencias humanas y cristianas que es el Convento de Belén, a una mujer salvadoreña excepcional en todos los sentidos, pero sobre todo como una mujer cristiana que supo descubrir en el seguimiento de Cristo el camino de su realización como mujer, como madre y esposa y también como persona consagrada totalmente al amor de Dios.  Todos sabemos que hablamos de MADRE CLARA MARÍA DE JESÚS.

La Carta Apostólica destaca en primer lugar la dignidad de la mujer como persona, como miembro de la especia humana.  En este sentido el Libro del Génesis en la Sagrada Escritura nos habla de la igualdad radical entre el varón y la mujer, como seres creados a imagen y semejanza del Creador.

Sin embargo, esta igualdad que se funda en la semejanza que en el varón  y la mujer existe con respecto a Dios, no anula las diferencias, que se originan en la condición sexuada de la persona humana,  “en el principio Dios los creó varón y mujer”, dice el Libro del Génesis, y que posibilita la apertura al otro en una dimensión de complementariedad.  La Escritura nos presenta a la mujer como compañera del hombre, igual a él en dignidad y vocación a vivir en comunión con Dios.

El segundo fundamento de la dignidad de la mujer, que viene a reforzar el primero,  es su condición de hija de Dios, hermana de Jesucristo y coheredera del Reino de los Cielos.  Dios creó a los seres humanos para hacerlos partícipes de su amor salvador y plenificador de todas las potencialidades de la persona humana.

El pecado, sin embargo, vino a alterar significativamente las relaciones de igualdad y ayuda mutua entre el varón y la mujer, convirtiéndola en una relación de dominación de la mujer por parte del varón: “Buscarás con ardor a tu marido y  éste te dominará”, constata el libro del génesis.

Adán y Eva, abusando de su libertad, permitieron que el mal moral y el físico se introdujeran en el mundo que de las manos de Dios había salido perfecto y bueno.

El mundo sumergido en las tinieblas del pecado debería esperar el advenimiento del Mesías, Luz del Mundo.

La Nueva Alianza en la Sangre de Cristo, con su fuerza de liberación, abrió la posibilidad para que la mujer fuera nuevamente valorada en su papel de compañera  del hombre en el camino de la salvación,  ambos son llamados a vivir en el amor.

A partir de un solo hecho, la maternidad divina de la Virgen María, podemos entender este proceso de revaloración de la dignidad altísima de la mujer como virgen o como madre.

El Evangelio está lleno de mujeres humilladas, explotadas, marginadas, ofendidas, vulneradas en sus derechos fundamentales, que en su encuentro con Cristo descubren no sólo su propia dignidad, como personas y como hijas de Dios, sino el camino de la propia liberación porque, como recuerda Monseñor Romero, en el Magnificat de María hay una profunda espiritualidad de la liberación, cuando en él se afirma: DERRIBA DEL TRONO A LOS PODEROSOS Y ENALTECE A LOS HUMILDES…

El Evangelio señala a la mujer como caminos de realización personal el de la virginidad y el de la maternidad.  El primero se abre al amor universal, sobre todo de los pobres y humildes, amando a Dios con un corazón sin divisiones.  El segundo, se concreta como un servicio a la vida y a la promoción de la persona humana de los hijos.

La cultura de la muerte en la que vivimos, niega a la mujer el camino de su liberación integral cuando le dice que ser virgen es algo que pasó de moda,  pero tampoco le abre el camino de la maternidad, reduciéndola a mero objeto del oscuro deseo de los hombres.

Al pensar en  Madre Clara María de Jesús, podemos ver encarnados los valores que como auténtico pone el Evangelio a las mujeres.  En este sentido podemos descubrir en Madre Clara María a una mujer totalmente liberada en el seguimiento de Cristo y en el amor a sus hermanos más abandonados,  los pobres.

Muchas de las situaciones que viven las mujeres de nuestro pueblo salvadoreño, fueron  también experimentadas por nuestra Madre.  Comenzando por el fenómeno de una ascendencia ilegítima, gran parte de los salvadoreños nacen de uniones irregulares o ilegítimas.

Doña Juana López, su abuela, tuvo tres hijos, Carmen, Serafina y César, pero no conocemos a su padre.  Esto se proyectó como una mancha difícil de borrar para Doña Carmen López en su matrimonio con el aristócrata Don Daniel Quirós Escolán.

Años después Madre Clara, liberaría a la mujer del estigma de la ilegitimidad cuando estableció que ser hija ilegítima o natural no iba a constituir un obstáculo para las jóvenes buenas con vocación religiosa,  que no eran culpables de la ilegitimidad de su nacimiento, que deseaban consagrarse al Señor en las Carmelitas de San José. ¿No había escrito el Profeta Ezequiel,  el que peque ese morirá?

Doña Carmen López, la  mamá de Madre Clara, se casa con Don Daniel Quirós, quien al año y medio de matrimonio la abandona con su hija Clarita, después de una corta pero dramática convivencia matrimonial. Doña Carmen fue una mujer abandonada que tuvo que hacer frente a la vida ella sola con el fin de sacar adelante a su hija.

La misma Madre Clara María, cuando estaba en el mundo y era Doña Clara Quirós de Alvarado, conoció la vileza de un hombre que la abandonó con cinco hijos y una por nacer, después de once años de matrimonio y que también cometió la villanía de desacreditarla.  La Madre no se acobardó,  sino como lo habían hecho su abuela y su madre, se puso al frente de su familia,  se entregó al trabajo honesto y esforzado, para sacar adelante a los hijos que el Señor le había dado.  Trabajo, honradez, fortaleza de ánimo,  sacrificio por su familia, profunda vida cristiana son los valores y las actitudes que revela  Doña Clara del Carmen en esta etapa de su vida.  Cuántas veces ella en su oración repetiría, las palabras de Jesús en el Evangelio: “No estoy sola,  el Padre Celestial está conmigo.”

Madre Genoveva del Buen  Pastor, dirá de ella,  Madre Clarita es como la Mujer Fuerte de la Escritura.[1]

A partir del abandono de su esposo Don Alfredo, Madre Clara María vivió sólo para el amor de sus hijos y el de Dios.  Era Dios quien le daba la fortaleza que necesitaba en los momentos difíciles, porque los hijos dan grandes alegrías, pero también grandes dolores. Era en centrada en el amor de Dios en donde ella iba descubriendo el camino por donde la divina voluntad quería llevarla, hasta fundar una Congregación en donde el carisma se presenta sobre todo como un servicio de amor a los niños y a las niñas que en sus hogares no tienen las posibilidades económicas, morales y espirituales para devenir en personas maduras y equilibradas en todos los sentidos.

A muchas mujeres les resulta fácil, ante la problemática de la vida, lanzarse por los caminos fáciles del pecado y del envilecimiento.  Madre Clara, ante el abandono de su esposo,  quiso mantenerse en una vida altamente virtuosa, honesta, laboriosa y espiritual, de modo que en Santa Tecla  era para las mujeres un modelo de vida y un ejemplo a seguir.

Incluso los valores cívicos de Madre Clara María han sido destacados por el gran historiador y ex director de la Academia Salvadoreña de la Historia, Don Roberto Molina Morales.

Toda las problemática que la Santa Fundadora tuvo que afrontar en su vida,  una vida difícil, dirá algún periodista,  sin doblegarse, sin desanimarse, sin perder la compostura tienen un solo secreto y este es su identificación muy honda y verdadera con el misterio de la Cruz.  Madre Clarita quiso vivir crucificada con Jesucristo Crucificado, sabiendo, que quien participa de la muerte de Cristo participará también de la gloria de la Resurrección.

El que ha sufrido con sabiduría,  se vuelve compasivo frente a todas las situaciones de sufrimiento humano.  Por eso Madre Clara no podía permanecer indiferente frente al clamor de los que sufren: los pobres, los enfermos, los que padecen la injusticia de los poderosos,  los niños y las niñas,  las mujeres casadas,  las madres solteras,  las viudas, los ancianos y las ancianas.  Ninguna forma del sufrimiento humano escapará a la compasión de esta mujer que después de tanto sufrimiento era sólo corazón.

En realidad, la síntesis de la figura histórica y cristiana de Madre Clara María, podíamos expresarla en una  sola frase: VIVIÓ UNA VIDA DE SANTIDAD, si por santidad entendemos el amor de Dios y el de los hermanos llevados al extremo de lo heroico.

La personalidad armoniosa,  equilibrada, atractiva y muy rica en matices humanos de Madre Clara María de Jesús, expresa la experiencia de liberación interior vivida con Dios y en Dios.   Doña Clara del Carmen en su encuentro con Cristo fue totalmente renovada espiritualmente, fue hecha una mujer nueva llamada a vivir sólo para Dios y para el servicio del prójimo, por eso el Señor le dio un nombre nuevo –a vino nuevo, odres nuevos- : CLARA MARÍA DE JESÚS. Madre Clarita es ejemplo de los grandes valores, morales y espirituales, que caracterizan a la mujer salvadoreña.

Roberto Bolaños Aguilar



[1]    Sirácida 26, 1-3.

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Meditación 14

Meditación 14

La Humildad de Madre Clara María

 Los que me conocen, saben que en este momento me siento como el hijo que después de algunos años de ausencia vuelve a casa de su madre.  Este día en que recordamos llenos de regocijo el día del natalicio de Madre Clarita, que ocurrió un 12 de agosto de 1857, este día hermoso del mes de agosto quiero que meditemos en la humildad de Madre Clara María para aprender de ella.

 Si recorremos las páginas de la Sagrada Escritura fácilmente descubriremos que la HUMILDAD es una de las actitudes espirituales a las que se les da mayor importancia, de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento.  Jesús y María aparecen en ellas como el hombre y la mujer humildes por excelencia.  Jesús dice claramente de sí mismo en el Evangelio que hemos de aprender de El que es manso y humilde de corazón; es decir, Jesús es nuestro interior Maestro de Humildad.  María, a su vez, en su Cántico de Alabanza destaca en lo que podríamos llamar su perfil espiritual, su pertenencia a los pobres de Yahvé que por condición son humildes: EL SEÑOR HA MIRADO LA HUMILDAD DE SU ESCLAVA.

 San Pablo en la Carta a los Romanos nos presenta a Jesús y a María como los nuevos Adán y Eva. Si aquellos, nuestros desdichados primeros padres, con su soberbia quisieron ser iguales a Dios y nos separaron de él: Cristo y María con su humildad nos han reconciliado para siempre con el Padre del Cielo.

 Vivimos en un mundo en el que no se valora la virtud de la humildad. Nuestro mundo está pensado para los soberbios y los vanidosos, para los que quieren ocupar los primeros puestos en el banquete de la vida, sin importar a quien atropellen, qué derechos violen o a quién exploten y opriman.  Es más, en nuestro tiempo ni siquiera tenemos una idea correcta acerca de la humildad, porque entendemos que el humilde es un ser débil que deja que todos le pisoteen, alguien que es incapaz de levantar su voz para defender sus derechos o los derechos de los otros. Nada más alejado de Jesús que tomó el látigo y expulsó a los mercaderes del templo acusándoles de haber convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones.

 Si nos colocamos en la auténtica espiritualidad cristiana, entenderemos claramente la doble vertiente de la humildad, tal como la vivió nuestra Madre Clara María. Por una parte la humildad es el reconocimiento de nuestras debilidades y deficiencias; no podemos ser humildes si no reconocemos de qué barro estamos hechos, pero por otra, la humildad es el reconocimiento alegre de los dones que de Dios hemos recibido; con razón la gran maestra de la espiritualidad cristiana Santa Teresa dijo que “Humildad es la verdad”. Que es como decir el conocimiento ponderado de lo que somos: un misterio de vocación sublime y de miseria profunda como enseña el  Concilio Vaticano II.

 La humildad es la virtud que nos coloca ante Dios y los hombres como somos: ante  Dios como creaturas necesitadas de salvación, ante los hombres como hermanos responsables y solidarios.

 En la Sierva de Dios Madre Clara María de Jesús  podemos descubrir un ejemplo de esta humildad recia y sincera, que nos abre el camino de la santificación personal.  Una religiosa redentorista hondureña, María Noemí de Jesús, se preguntaba ¿cuál es la fuente de la obediencia? Y respondía: ¡La humildad! Y ¿cuál la fuente de la humildad?: ¡El Amor!  De modo que la clave de la humildad es el amor. Sólo el que ama puede ser humilde:  dijo Jesús hablando del misterio del Reino de los Cielos: Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a la gente soberbia y entendida y la has revelado a las gente humilde!

 Como todas las virtudes, también la humildad es una práctica y un don,  un ejercicio y un carisma, de ahí que todas las personas han de ejercitarse en rechazar esa actitud equivocada y profundamente errónea que es la soberbia, querer ser más de lo que eres o pretender que los demás crean que lo eres. ¡Cuán humilde se manifestó Madre Clarita cuando siendo una adolescente responde a su madre, Carmen López, que la quiere dar en matrimonio a un hombre casi desconocido: ¡Como usted mande, mamá!  Y cuanto más admirablemente humilde se manifiesta en los once años de su vida matrimonial, obedeciendo a su marido en todo y ¿No es un ejemplo de humildad su relación con sus directores espirituales? A quienes obedece cuando la contrarían en sus propósitos siendo ella sólo una seglar.

 En la vida de Madre Clara María la humildad va unida estrechamente al amor de la pobreza. Ella que había sido en el mundo una gran dama sólo busca en el convento vivir como la más pobre, sin tener nada, sin estar apegada a nada y que la pobreza sea como la púrpura que adorna el traje de sus virtudes.

 Su profunda humildad se manifiesta en primer lugar en su relación con Dios.  Ante Dios ella es la criatura frágil, vulnerable, que sólo mira sus pecados y profundamente necesitada del amor que salva. Es la impresión que obtenemos al leer sus Poesías en sentido espiritual.  Al mismo tiempo el ser humilde la lleva a acoger a sus hermanos los seres humanos con toda caridad espiritual.  Madre Clara ama y acepta a todos los seres humanos sin importar sus llagas morales, al contrario, los ama precisamente por ellas con el fin de acercarlas a Jesús nuestro Médico divino.

 La humildad hace nacer en ella la conciencia de que todos los humanos somos hermanos y que esta hermandad común se expresa en el servicio.  Así su caridad la llevará, como dice San Pablo, a hacerse todo con todos, y lo mismo la encontramos junto al lecho de un moribundo que reconciliando a una pareja que tiene dificultades matrimoniales, dando de comer a un pobre que serruchando queso hasta altas horas de la noche para que sus hermanas puedan descansar.

 Ser humilde es no guardar resentimientos ni rencores.  Ella perdonó al hombre que la abandonó dejándola con cinco hijos y uno en camino, a aquella Sor Ana María de la Eucaristía que sólo esperaba que ella muriera para abandonar el Instituto por ella fundado; aunque en su vida sufrió algunos agravios y vejaciones, jamás se escucharon de sus labios palabras altisonantes o de reproche. Su humildad se expresó en el equilibrio de ánimo que siempre conservó igual.

 Para terminar la humildad se expresa en la confianza para con Dios de quien se espera todo.  Cuando pensaba en su destino eterno, la Madre Clarita, tenía la confianza en que se iba salvar, pero jamás por sus méritos, que eran muchos, sino por la misericordia de Dios que se apiadaría de ella para llevarla al cielo. Para sus hijas, Madre Clara María de Jesús, sólo quería una cosa, y la quería porque había sido la norma de su vida, su personal estilo de estar en el mundo a la manera de Jesús: DESDE EL CIELO LES AYUDARÉ, PERO SI GUARDAN EL ESPÍRITU DE POBREZA, HUMILDAD Y SENCILLEZ QUE LES DEJO.

Roberto Bolaños Aguilar

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Meditación 13

Meditación 13

Madre Clara de Jesús y sus Directores Espirituales

 

Acaso lo que más haya que lamentar en el caso de la Sierva de Dios, Clara María de Jesús Quirós, es la pérdida de documentos que ayudarían al historiador a penetrar con mayor hondura en algunos aspectos importantes de su vida.

 En este texto quisiera hablar de su relación con los Directores Espirituales, motivado por la lectura de un maravilloso libro del Cardenal  Weisman, autor de la célebre novela Fabiola, sobre los mártires cristianos durante las persecuciones en el Imperio Romano.  El libro del Ilustre Cardenal español, escribió un libro poco conocido actualmente que es la vida de Santa Catalina de Génova, autora del Tratado del Purgatorio y de una autobiografía espiritual titulada  Diálogo entre el Cuerpo y el Alma.

 La admirable vida de esta Santa italiana está llena de hechos extraordinarios, sobre todo de índole mística, que ella narra en su “Diálogo”;  al hablar de la importancia de la Dirección o acompañamiento espiritual,  anota el Cardenal Weisman:  ‘Dios que había tomado el cuidado de mi satisfacción, no quiso que nadie más que él tomara parte en este negocio’ (Diálogo, Parte 1, Capítulo 2)   A primera vista, esta conducta da miedo, sobre todo porque está opuesta a la que la Iglesia, considera como la más sabia y segura. Es más prudente, en efecto, y más seguro no andar por los caminos espirituales sino bajo la dirección de un guía experimentado. Obrando de otra manera, uno se expone a los engaños del amor propio y a una infinidad de ilusiones.  Sin embargo, es cierto que Dios se encarga alguna vez de conducir por sí mismo a ciertas almas privilegiadas, como lo enseña San Gregorio el Grande en sus Diálogos.[1]

 La importancia de un Director Espiritual que nos guíe por el camino de la perfección, también es destacada por la Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús: Por eso, dirá el Padre Aniano Álvarez[2],   En los maestros de espíritu, Teresa buscará siempre quien tenga letras. Este aprecio por los letrados germinó y se afianzó poco a poco en ella. Quizá, como punto de partida, haya que colocar la experiencia negativa, de ciertos confesores faltos de letras.  Su juicio es claro: ‘…gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados’ [3], ‘es gran cosa letras, porque estas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz…’.  [4]

 A lo largo de la Pastoral de la Iglesia, dentro de la cual debemos colocar al Acompañamiento Espiritual, que es uno de los derechos del Fiel Cristiano, ésta ha ido cambiando conforme ha ido madurando la idea acerca de la persona humana, de su autonomía, de su relación única con Dios y la conciencia de sus derechos como creyente.  A ello se debe el paso de lo se suele llamar una Dirección Espiritual directiva, en la que el Director dictaba lo que había de hacerse,  al dirigido le competía una actitud de fuerte obediencia a los dictados del Director, a una Dirección Espiritual no directiva, en la que el dirigido es en última instancia quien toma las decisiones que cree más convenientes para su crecimiento espiritual oyendo las indicaciones del Director.  Por eso hoy, más que dirección espiritual o director espiritual se llama acompañamiento espiritual y acompañante espiritual.[5]   En la época de Madre Clara María el tipo de Dirección Espiritual era la Directiva.  El buen dirigido era aquel que obedecía en todo a su Director.

 Es cierto que el buscar y encontrar un buen Director Espiritual es algo que preocupa exclusivamente a personas cuidadosas y diligentes en el perfeccionamiento de su vida cristiana.  Lastimosamente no todos los bautizados poseen alguien que les oriente por los caminos de la santidad; la Iglesia lo exige para algunos grupos de personas como los religiosos, los seminaristas, los sacerdotes, etc.

 En su vida Madre Clara María tuvo mucho aprecio por la dirección espiritual y manifestó gran veneración por sus Directores Espirituales.  Sus primeros biógrafos nos narran de manera anecdótica algunos rasgos de la relación de Madre Clara María con sus Directores Espirituales.  Así se nos narra el incidente ocurrido con su director espiritual, cuando Madre Clara María, siendo aún seglar, había decidido retirarse el Convento de San Antonio para hacer ocho días de ejercicios  espirituales.

 Llama la atención que una madre de familia, con mucho trabajo en su casa, sacara el tiempo necesario para dedicar anualmente ocho días para las cosas de su alma, o vacar sólo en Dios, como se expresa en la tradición espiritual de la Iglesia.

 Resulta que el párroco de la Inmaculada, que era el Director Espiritual, posiblemente el sacerdote Juan Antonio Villacorta, cuando la Sierva de Dios va a despedirse de él antes de retirarse al Convento de San Antonio, sin más explicaciones le dice que ya no va.

 Una de las técnicas de la Dirección espiritual en aquellos lejanos años, era contradecir la voluntad de la persona dirigida, para doblegarla por medio de la obediencia.  Agere contra era uno de los apotegmas de los Padres del Desierto que expresa que para crecer espiritualmente hemos de ir en contra de lo que nos apetece o nos gusta.

 La actitud ejemplar de Madre Clara María, también quedó constatada cuando se nos narra que sin decir palabra, a pesar de la contrariedad interior, se retiró un momento y se arrodilló delante del Santísimo Sacramento, regresando a su casa con gran alegría y paz espiritual.

 También se nos cuenta de otro Director Espiritual, también Párroco de la Inmaculada, quiso mortificar el orgullo o la vanidad de la Sierva de Dios, cuando estando celebrando la Parroquia con gran pompa la Novena al Sagrado Corazón de Jesús.  Doña Clara del Carmen Quirós de Alvarado, amante sobremanera del Corazón de Jesús, tenía todo el arreglo preparado para el día de la novena en que le correspondía ornamentar el templo.  Mucho tiempo y dinero había invertido en comprar flores, cortinas, manteles, velas, etc., con lo que se proponía únicamente embellecer el culto y expresar su devoción al “Corazón que tanto ha amado a los hombres”.

 Pero había en la Parroquia una señora pobre, que no tenía con qué adornar el templo para el día de la novena que le había correspondido, que era justamente el anterior al de Doña Clara.

 El Párroco, hizo llamar a la Señora de Alvarado y le dijo que arreglara el templo un día antes, para que la señora pobre no quedara en vergüenza.  Pronta y diligentemente, la Sierva de Dios, trajo todo lo que tenía preparado para ornamentar el templo.  Aquel día, mientras el Párroco predicaba sobre el Corazón de Jesús, el corazón de doña Clara del Carmen se sentía lleno de alegría y de amor de Dios.

 Hay dos directores espirituales que ejercieron gran influencia en la vida de Madre Clarita.  Uno de ellos fue el Padre  Félix María Sandoval Monroy,  que fue padrino de bautismo de su hija Gertrudis. Este sacerdote, que era pocos años mayor que Madre Clara María, había fundado un seminario para vocaciones tardías en la Ciudad de Santa Tecla.  El Seminario estaba bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús.   Madre Clara se confió a su Dirección Espiritual y le acompañó en los momentos difíciles del abandono de su esposo Félix Alfredo y de la muerte de sus hijas Mercedes y María.  También salió en defensa de la Sierva de Dios cuando su esposo inició un proceso de difamación contra ella y tenía el oscuro propósito de arrebatarle a sus hijos.   Las calumnias de Alfredo se extendieron también al Padre Félix María Sandoval.

 También influyó mucho en la vida de Madre Clara María el ilustre sacerdote Don José María López Peña, quien fuera párroco de la Iglesia de La Inmaculada y, posteriormente, Director Espiritual de la Hermandad de Terciarias Carmelitas, de la que Doña Clara del Carmen era cofrade. Es el Padre López Peña el que entusiasma a Doña Clara del Carmen a iniciar el proyecto de una comunidad de terciarias carmelitas de vida común, junto a la Iglesia del Carmen.

 En muchos momentos importantes de la Vida de Madre Clara María está presente el Padre López Peña como su Director Espiritual y la acompaña en su proceso de crecimiento espiritual, hasta llegar a su consagración definitiva a Dios en la Congregación de Carmelitas de San José.

 En algún documento del Archivo de las Carmelitas de San José, una testigo que conoció a Madre Clarita, recuerda que también en algún momento se acercó a los Padres Jesuitas de la Iglesia del Carmen en busca de acompañamiento espiritual. Incluso habla de un Padre Morales con quien Madre Clarita se dirigió espiritualmente.

 Junto a la Dirección Espiritual, Madre Clara María también tuvo en gran aprecio el Sacramento de la Reconciliación, su conciencia delicada y ansiosa de no ofender a Dios, hacía que se acercara cada ocho días a la confesión, y lo mismo quería para sus hermanas de Congregación.

 Al final de su vida, por circunstancias ajenas a su voluntad, la Comunidad de Belén se quedó sin confesor ordinario.  Ya muy enferma, se dirige a su protector Monseñor Pérez y Aguilar para que designe confesor ordinario para las religiosas de Belén.   El Arzobispo, que no disponía de clero suficiente, lo que hizo fue designar dos confesores extraordinarios para el Convento de Belén, igualmente que para las religiosas de Betania.

 Es evidente, que el director espiritual por excelencia es el mismo Jesús, que una vez dijo a Santa Margarita María de Alacoque: “Yo seré tu Director Espiritual”, pero sin duda por los frutos se conoce el árbol.  La extraordinaria vida cristiana de Madre Clara María, tan volcada en la compasión por los pobres, es producto del acertado acompañamiento espiritual que tuvo a lo largo de su vida.

 RobertoBolaños Aguilar



[1]    Emo. Sr. Cardenal Weiseman, Vida de Santa Catalina de Génova, sacada de los Autos de su Canonización,  (Librería Religiosa, Barcelona 1852)  55-56

[2]    Diccionario de Santa Teresa de Jesús, (Monte Carmelo, Burgos, España, 2001) Voz: Acompañamiento Espiritual.

[3]    Vida, 5, 3

[4]    Vida, 5, 13-16.

[5]    Cf.  Luis María Mendizábal,  Dirección Espiritual, Teoría y Práctica,   (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978)

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Meditación 12

Meditación 12

El perfil de la Carmelita de San José en los escritos de Madre Clara María

Cuando Madre Clara María estuvo cierta que Dios la estaba inspirando para fundar una Congregación Religiosa que se dedicara a evangelizar a los pobres cuentan las crónicas que se dedicó a diseñar lo que sería el hábito de las aspirantes en su congregación, el de las profesas era prácticamente idéntico al de las carmelitas descalzas, y cuando lo hubo elaborado lo confeccionó, vistió a una de las aspirantes con él y la llevó al Palacio Episcopal a presentar a su modelo al severo Monseñor Pérez y Aguilar.  Cuando vio a la joven vestida con el hábito el Arzobispo sólo dijo bien, bien, correspondiendo de ésta manera al entusiasmo de la madre que estaba como niña con juguete nuevo.

 Pero Madre Clara María, además, había elaborado un perfil mental de lo que debería ser la Carmelita de San José, algunos de estos rasgos los encontramos en sus escritos El Reglamento  y Las Reglitas de Perfección.

 Parece evidente que Madre Clara tiene un respeto profundo por las personas y por su historia, sobre todo aquellos aspectos de los que la misma persona no es culpable, por eso, rompiendo con esquemas seculares en la Iglesia, se decidió a aceptar jóvenes que provinieran de uniones consensuales, no bendecidas por el matrimonio sacramental. Actualmente casi en ninguna Congregación u Orden religiosa se pide tal requisito, acaso porque nos hemos convencido que no hay hijos ilegítimos sino padres ilegítimos, que no merecían serlo, como decía nuestro ilustre pensador Don Alberto Masferrer.

 Madre Clara pensaba que la Carmelita de San José debía ser una mujer sana,  con gran fortaleza moral y mucho equilibrio psicológico. A una joven que pedía ingreso le respondió:Te acepto si vienes dispuesta a llevar una vida sacrificada.

 Dos de los aspectos de lo que Madre Clara concebía como una vida sacrificada, no olvidemos la dimensión sacrificial de la vida consagrada de la que ya hemos hablado en otra parte, eran el trabajo y la pobreza.

 En cuanto a la pobreza, afectiva y efectiva, Madre Clara era tremendamente exigente, no transigía ni aun en cosas pequeñas o que parecen triviales, como permitirle a una religiosa usar unos pañuelos con encajes o a otra usar un jabón de olor, que en aquellos años era un verdadero lujo.  En el fondo de esta radicalidad en la pobreza de Madre Clara María estaba la sabiduría de siglos que dice que los institutos que se relajan en cuanto a la pobreza entran en decadencia espiritual. Para Madre Clara la pobreza es el distintivo, el traje de gala, de la verdadera esposa de Cristo.

 El trabajo es fundamental en al concepción de vida religiosa que tiene Madre Clara y no sólo como ley de vida, sino como ley de crecimiento espiritual.  El Convento de Belén en tiempos de la Sierva de Dios era un verdadero emporio de actividades laborales: la costura, la panadería, el apiario,  la lavandería, los bordados, etc., todas deberían estar ocupadas y con la mente elevada a Dios, de modo que el trabajo era una verdadera oración.  En Belén, una comunidad semi contemplativa, se cumplía el ideal de San Benito de Nursia, ORA ET LABORA.

 Acaso la dimensión de la vida sacrificada a la que más importancia da la Madre es la obediencia: A Belén has venido a Obedecer.  La obediencia dirá no es sólo a los superiores o a los iguales, sino que a veces tenemos que obedecer incluso a los inferiores.

 La Carmelita de San José debe ser una mujer fuerte, esto es con capacidad para mantenerse firme en la prueba o en el dolor, tal como lo manifestó Madre Clara María en las diferentes pruebas que tuvo que afrontar;  la Madre insiste en la fortaleza y la caridad que debe haber en las relaciones interpersonales dentro de la comunidad: No tienen que ser como de cristal que hasta con el aliento se empaña, pero deben pensar que sus hermanas son de frágil cristal para tratarlas con toda delicadeza.

 La castidad consagrada por el Reino de los Cielos es uno de los elementos esenciales, en este aspecto las personas que conocieron a Madre Calara María se admiraban profundamente que habiendo sido una mujer casada, sin embargo fuera una mujer tan casta en todas las dimensiones de su persona, incluso en el lenguaje y es que se necesita un corazón puro para poder amar sólo a Dios.

 Madre Clara creía que la pureza de costumbres había de distinguir a la Carmelita de San José,  actitud que se manifiesta en el pudor, en el recato y en la modestia.  A sus hijas les pedía que anduvieran con la mirada baja, que evitaran la lectura de libros perniciosos, que se cuidaran de ciertas amistades, especialmente con personas del otro sexo,  que evitaran las conversaciones superficiales para poder conservar la pureza que es una virtud  que tanto agrada a Dios y a sus ángeles.

 La Carmelita de San José, por su propia vocación, ha de ser una mujer dada a la contemplación.  En Madre Clara era notable, ya desde el tiempo de seglar,  la constancia en la vida de oración que hizo de ella una mujer de contemplación muy subida.  El alma silenciosa tiene su conversación en los cielos, con los ángeles y santos, convirtiendo de modo prodigioso todas sus faenas del día y aun en descanso de la noche, en una muy alta, subida y constante oración.

 Los hombres y mujeres de nuestro mundo que viven en sociedades donde parece que Dios se oculta o se le ignora, han de recibir de los religiosos y religiosas el testimonio de su trato asiduo con Dios, por medio de la oración.  El gran teólogo alemán Karl Rahner dijo que los cristianos del siglo XXI deberían ser místicos, es decir experimentados en las relaciones con Dios por medio de la Contemplación.

 En un primer momento Madre Clara María dio cierta preponderancia en las comunidades de Carmelitas de San José a la vida contemplativa, de ahí su insistencia en el silencio interior y exterior;  incluso muchos años después las Carmelitas de San José se autodefinían como una Congregación semi-contemplativa. Fue Monseñor Aparicio y Quintanilla quien en un Capítulo General las invitó a lanzarse al apostolado y ser de esta manera una Congregación Apostólica.  La síntesis de esta doble tendencia existente en la Congregación es la definición del Carisma que ofrecen las Constituciones como APOSTÓLICAS.

 Madre Clara María pensó en una Carmelita de San José que fuese muy sensible a los sufrimientos y a las esperanzas del Pueblo de Dios, así como al clamor por la justicia de los oprimidos, de manera especial en el caso de las mujeres.  Esta sensibilidad por todas las manifestaciones del sufrimiento humano, ha de llevar a la Carmelita a un compromiso creativo, profundo, constante con las luchas por la liberación integral de la persona humana.  Madre Clara María afirmaba que haría todos los sacrificios necesarios por salvar un alma, en nuestro lenguaje actual, ello significa que la Carmelita ha de estar siempre dispuesta a sacrificarse por llevar una palabra de liberación a los hombres y mujeres que gimen atados a las cadenas de cualquier tipo de opresión.

 Se cazan más moscas con gotas de miel que con barril de hiel. Qué maravillosos efectos tiene en los demás una simple sonrisa, esfuérzate por sonreír, dice un pensamiento, y acabarás sonriendo de verdad.  Madre Clara pensaba que la Carmelita de San José debía ser una mujer cortés y bien educada, con tal finalidad, escribió sus “Reglitas de Perfección” en las que enseñaba a sus hijas la manera de conducirse en el trato con los demás, en diferentes circunstancias de la vida. Madre Clara no pensaba que sus hijas fueran mujeres de mundo, pero sí auténticas damas que supieran estar en diferentes ambientes y circunstancias.

 La plenitud de vida que la Carmelita encontraría en su Congregación, debía hacer de ella una mujer satisfecha consigo misma y, en consecuencia, alegre.  Estoy convencido que una de las características de la espiritualidad de Madre Clara María fue su alegría constante por poder hacer la voluntad de Dios.

 Si alguna hermana estaba triste por algún dolor físico o situación espiritual, la Madre la mandaba a llamar, inmediatamente era capaz de establecer una relación de empatía con la hermana, y después de unas palabras de consuelo y compasión, la hermana salía alegre de poder sufrir algo con Cristo.

 Un perfil no es un retrato, el perfil recoge algunos rasgos, los esenciales,  el retrato recoge todos los rasgos intentando imitar con la mayor perfección a la realidad.  Aquí hemos ofrecido algunos rasgos de la Carmelita de San José, el que quiera el retrato que mire hacia Madre Clara María de Jesús. 

Roberto Bolaños Aguilar

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Meditación 11

Meditacion 11

Dejad que las Niñas vengan a mí.

“Años más tarde, otra admirable mujer, Madre Clara Quirós, reabrió  nuevamente en el convento de Belén, otro Asilo de Huérfanas.” Don Roberto Molina Morales, autor de la frase precedente, está hablando de la Señorita Pilar Velásquez. Esta es otra de tantas historias engarzadas.

 Debieron haberse conocido, pudieron haberse tratado, convivieron por años en la misma Ciudad, eran almas idénticas, la última sucesora de la santa Señorita Pilar, Joaquina Sandoval, después ingresó a la Comunidad de Madre Clara María, ¿porque la historia no nos dice nada de esas dos mujeres excepcionales que pudieron haber sido grandes amigas, compañeras en la aventura espiritual? En cierto sentido ¿No es Madre Clara la  continuadora de la obra de Doña Pilar?

 Madre de seis hijos, abandonada vilmente por su marido, Doña Clara Quirós conocía perfectamente las dificultades, los sufrimientos y las angustias que hay que pasar para educar  el cuerpo, la mente y el alma de un hijo; también sabía ella que no es lo mismo que un niño tenga un hogar, aunque sea muy humilde o presidido por uno solo de los padres, que vagar por el mundo sin arraigo existencial alguno, como esos niños que  acurrucan en cualquier lugar para pasar la noche, mal cubiertos por un cartón, expuestos a todas las malas intenciones y con un sueño sin sueños.  En aquellos años a todos esos niños y niñas se les llamaba “huérfanos” y los orfanatos eran los asilos para esos huérfanos de la vida, con frecuencia una caricatura de hogar, pero siempre algo es mejor que nada.[1] 

 Cuando Madre Clara llegó a las puertas del Convento de Belén había tres o cuatro niñas que la esperaban, era el resto fiel de esa maravillosa institución creada por la compasión de la Señorita Pilar Velásquez, una auténtica santa salvadoreña, cuya vida debe ser investigada para dar a conocer sus méritos y sus virtudes, que se llamaba  Asilo de Belén. El Señor revelaba así a la Santa Fundadora otro estilo de maternidad,  la maternidad espiritual de aquellas hijas del arroyo de la vida.[2]

 Todos sabemos que la maternidad lleva implícito el dolor, porque si es cierto que el libro del Génesis constata el hecho de que las mujeres paren con dolor a sus hijos también revela que la madre está constantemente alumbrando con dolor al hijo en todos los momentos de su vida. La maternidad es una corona de lágrimas, creo que de ello, aunque vírgenes, todas las mujeres tienen experiencia.

 Pronto aquel grupito de niñas comienza a multiplicarse por el simple hecho que Belén no era un orfanato más, sino que era un hogar en el que el primer lugar en el cariño, en la ternura, en la compasión lo tenían siempre las niñas.  La maternidad biológica de Madre Clarita había sido una preparación para esta nueva forma de maternidad que sería una participación en el misterio de la compasión de Dios: Por que tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo para que todo el que crea en El no se pierda…

 A Madre Clara le interesa sobre todo la educación de esas niñas que la Providencia con mano amorosa ha puesto en sus manos y que son también sus hijas, igual en su afecto que Carmen,  Mercedes, Gertrudis y María, para ello busca maestras o las prepara de entre sus hermanas religiosas, las menos dotadas intelectualmente aprenden un oficio, lo importante es tener una manera honrada de ganarse la vida y la parte más delicada de la formación se la reserva ella,  la educación moral y religiosa.

 Sabemos detalles de una ternura sorprendente, como  aquella niña que envejeció en Belén, llamada Sofía,  la Chofi,  que contaba que cuando vino de su pueblo a Santa Tecla, cayó enferma de unas fiebres que no le pasaban.  Madre Clarita llamó al médico, el Dr. Godofredo Arrieta,  quien recetó a la niña aquella medicina que algunos conocimos, llamada Osomulsión, de sabor bastante desagradable porque era hecha a base de hígado de bacalao; naturalmente la Chofi no quería tomar la medicina pero la Madre,  madre al fin, la recostaba en una almohadita y ella misma le daba la medicina, después de lo cual le daba a la pequeña un caramelo para que endulzara las amarguras de la vida.  Como a mi se me olvida todo, si quieren pregúntenselo a la Leonarda, que era otra de aquellas niñas que acogió en Belén la Sierva de Dios y nunca quisieron irse de allí, porque ese era su hogar.

 En tiempos de Madre Clara a nadie, a ninguna niña, se le cerraron las puertas de Belén, si podía pagar, lo que pudiera pagar o si no podía pagar daba igual,  lo que realmente importa, decía, es salvar sus almas.

 San Pablo recomienda a los padres no ser demasiado exigentes con sus hijos para que no pierdan los ánimos, lo que no quiere decir que no hay que disciplinarlos. Amor, estudio, trabajo y oración eran los ejes sobre los que giraba la pedagogía de Madre Clara María.

 Cuentan  que en una ocasión la Madre encontró a dos niñas hablando picardías y las corrigió tiernamente pero con autoridad esperando que se corrigieran, pero otra vez en los lavaderos las encontró hablando de lo mismo y les mandó que volvieran a su casa porque si querían condenarse no sería en la santa casa de Belén.

 Era tal el cariño que Madre Clara tenía por las niñas del Hospicio y tanta la ternura con que las acogía que éstas la conocían con un nombre muy simple, pero lleno de sentido, para ellas era LA MADRECITA.

 Creo que la cualidad más evidente de las personas santas es su capacidad para trasparentar a Dios. “hay momentos en la vida en los que Dios parece tan evidente”, dice la trágica Blanche Dubois en una de las escenas cumbres del teatro norteamericano.[3]

 Aquellas niñas víctimas descubrían en Madre Clara María de Jesús el rostro compasivo de Jesús.

Roberto Bolaños Aguilar


[1]    Recordamos con pavor la novela inglesa “Jane Eyre”, de Charlotte Bronte,   y el David Cooperfield de Charles Dickens.

[2]    El término santa aplicado a Madre Clara María se emplea en el sentido popular, como persona virtuosa y devota, sin pretender prevenir el juicio sobre su santidad que corresponde solo a la Santa Madre Iglesia.

[3]    Se trata de la obra “Un Tranvía llamado Deseo”   de Tenessee Williams.

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Meditación 10

Meditación 10

A Jesús por María, pero a María por José.

En la piedad popular cristiana está muy difundida la devoción a los nombres de Jesús, María y José y es frecuente en labios de las personas piadosas la jaculatoria en la que se los invoca: Jesús, José y María os amo, salvad almas; Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía;  Jesús, José y María asistidme en mi última agonía.

 Esta misma invocación encuentra eco en el corazón de Madre Clara María y digo en el corazón porque es una realidad que arraiga en lo más profundo de su ser.  Es cierto que su poesía ACRÓSTICO  a algunos puede parecernos un capricho poético de la Madre  -¿qué quiso decir?- [1], pero expresa muy claramente la devoción de la Sierva de Dios a la Sagrada Familia de Nazaret.

Joya de inmenso precio,

Escondido diamante,

Seráfico rubí,

Unión, rico topacio,

Sois, ¡oh Divino Infante!


Mar que nos dio esta perla,

Anacarada concha,

Ruborosa, entreabierta;

Imitas a las ondas,

                                        Al querellarte a solas;


Y con suave murmullo,


Juguetean tus olas

Ofreciendo a la brisa

Sus armónicas trovas

Entre espumas y blondas.

Preguntarse por qué camino se llega a Jesús es como querer indagar en los movimientos del Espíritu Santo  – El es como el viento, que sientes su fuerza pero no sabes de dónde viene ni a dónde va-  aquí si que resulta verdadero que todos los caminos auténticos conducen a Jesús. En la biografía de Madre Clara María es patente la clase de relación personal, intensa, cálida, profunda,  tal como es su personalidad, que tiene con Jesús, José y María y en ella hayamos un  orden de primacía cuya cima ocupa Jesús, pero también es obvio que a Jesús la Sierva de Dios ha llegado por María, sobre todo por la devoción popular a la Virgen María que se reviste de esa forma tan especial y tan nuestra como son las Hermandades y Cofradías, sin embargo la devoción mariana redunda, refluye o se origina en la devoción al Santo Patriarca José, que es el Esposo virginal de la Madre de Dios.
 Es evidente que en todas nuestras escogencias y afinidades hay un matiz psicológico. Cuando estudiamos la vida de los grandes convertidos como San Agustín, Santa María Egipcíaca o Santa Margarita de Cortona el momento de la conversión coincide con un estado de tedio existencial que de otra forma posiblemente habría concluido en el suicidio. De la misma manera algunas de nuestros énfasis en la vida espiritual responden a necesidades psicológicas urgentes y perentorias.
 Hay muchas personas a quienes la relación interpersonal con el Padre Celestial se les dificulta porque entre el Padre bueno y el creyente se interpone, por ejemplo, la imagen de un padre tiránico y prepotente; o, por el contrario, la imagen del Padre del Cielo viene a llenar el vacío afectivo del padre terreno ausente o indiferente.  Lo mismo sucede con Jesús o con María o con el Santo Patriarca José, sin que por ello pretendamos afirmar que la explicación psicológica es la última para estas realidades de fe.
 Cuando hacemos un recorrido por la vida de Madre Clara María y alguno de sus énfasis espirituales, podemos fácilmente darnos cuenta que su maravilloso equilibrio personal es solo la consecuencia de la total integración de su vida en las relaciones con el mundo de lo sobrenatural.
 Después de muchos años trabajando estos temas, aun tenemos la ilusión que aparezcan nuevos documentos que nos aclaren algunas etapas en la vida de Madre Clara María.  Los años de su infancia  -¿No fue su matrimonio con Alfredo Alvarado una ruptura brusca del mundo de su infancia?- estuvieron marcados fuertemente por dos situaciones: por una parte, después del incidente del secuestro, el padre estuvo ausente de su vida, cierto autor hablando de la infancia de Federico Nietzsche, decía que los niños que crecen sin padre son luego, en la adultez, incapaces de llenar la sensación de soledad que les dejó el hecho de ser hijos sin padre.  Un ejemplo claro de esto es la frecuencia y la importancia que el tema de la soledad tiene en los escritos de San Juan de la Cruz.  El segundo abandono en la vida de nuestra venerada Madre fue el de su esposo, el inconstante  Félix Alfredo Alvarado, que se contentaba con aparentar.  Cuando esto sucede Madre Clara María es ya una mujer adulta, alrededor de los 26 años, con mayores recursos psicológicos y afectivos para superar el golpe, pero este se refleja de manera dramática en sus hijos varones Alfredo y Cipriano, dos personas dolientes,  a quienes se les dificulta hallar un camino en la vida y que llevan vidas absolutamente mediocres comparadas con las de sus deslumbrantes hermanas María Modesta y Florencia Gertrudis.
 Madre Clara María era una persona de muchos recursos psicológicos y espirituales que le permitían superar desde la altura las grandes dificultades que tuvo que atravesar durante su vida.  Lo primero que hace la Madre es buscar refugio y consuelo en la Santísima Virgen María, a quien vivenciaba existencialmente como su Madre.  Aunque  Doña Carmen, su madre, no murió sino hasta1907, su relación parece que fue un poco distante, tal como lo podemos deducir del testamento en el que Carmen López, sabiendo las dificultades económicas por las que pasaba su hija de manera habitual, prácticamente la deshereda nombrando a sus nietos herederos universales de sus bienes, alegando que Madre Clara María tiene muchas deudas y todo lo derrochará en ayudar a los pobres.
 Así, la Santísima Virgen María es para  Madre Clara María la Madre a la que se puede acudir en cualquier necesidad, siempre cercana, llena de amor y de ternura, compasiva y misericordiosa.  La importancia que la Virgen María tiene en la vida de Madre Clara lo podemos ver por la cantidad de sus poesías que tratan tema mariano.
 La relación con Cristo es siempre más fácil para una mujer.  Para el varón Jesús es el compañero, el amigo, el hermano, etc., pero para la mujer es el amigo, el novio, el esposo amado y así las connotaciones afectivas pueden ser más hondas y vivénciales, para confirmar lo anterior basta que ver que las mujeres en la Iglesia son las maestras del amor místico.
 Esta vivencia esponsal de Cristo que posee Madre Clara es una trascendencia de su propia y desdichada experiencia matrimonial con Alfredo Alvarado, porque Cristo es el Esposo perfecto, el único que en realidad es siempre fiel y, por lo tanto, al único que vale la pena amar. 

                                             Por báculo, mi cruz,

                              Llevaré por las sendas, do me llama Jesús

Y me viste amoroso por sandalias mis Reglas y mis votos sagrados

Por collares de perlas que nos dejan ligados con el amado esposo,

                           ¡Oh! ¡Qué dulces cadenas!

                                              

Pero es en su poesía  El Alma y el Diurno Jardinero,  donde con mayor claridad se expresa que Jesús es el Esposo del Alma.

                         JESUS.

 Siéntate aquí a mi lado Alma, vén, conversemos;

Nos hemos desposado y en mi abrasado pecho

También te traigo de mi boquita el beso.

Dime ahora,

¿Me quieres así como yo te quiero?

¡Ay no me dejes nunca! ni por el mundo entero!

 

EL ALMA.

 ¡Ah! Mi Jesús amado, ya no tendré

otro dueño, y en agradarte a ti

pondré todo mi empeño.

 En la Iglesia, San José, es una figura paterna,  Sombra del Padre,  lo llamó San Juan Crisóstomo en una de sus homilías. En esta perspectiva San José es como un vitral del Padre Eterno y en sus actitudes de servicio y de entrega a Jesús y María podemos descubrir en él la plenitud de la paternidad a la que por su condición sexuada es llamado el varón.
 El Papa León XIII  declaró a San José Patrono de la Iglesia Universal, para que desempeñara en la familia de Cristo el mismo papel protector que realizó para con la Sagrada  Familia de Nazaret.  La Palabra Patrono viene de la misma raíz latina de padre, pero con un pequeño énfasis en la dimensión de protección y prestación de seguridad que es propia del padre.
 La espiritualidad Josefina, tal como la vivió Madre Clara, no se centra exclusivamente en el patrocinio universal de San José, sino que lo personaliza: San José es también mi padre, lo mismo que la Virgen María es mi Madre.
 En San José, como el que hace en la tierra las veces del Padre del Cielo, descubre Madre Clara  la figura masculina en su dimensión paterna, y se acoge a él como al  padre que le hizo falta en la tierra y deposita en él toda la confianza filial que podría haber depositado en su padre Daniel Quirós y me atrevo a sospechar que recibió de él toda la ternura, la seguridad, la capacidad de gobernar la propia vida, que es la función del padre en la familia humana.
 No siquiera la función proveedora escapa a la vivencia de la paternidad de San José.  Es muy conocida la frase de Madre Clarita dirigida a San José: ¡San José, no estoy bromeando!, esto lo quiero ya, ya.   Una expresión así no sale de los labios sino de quien posee una relación filial muy concreta y muy real con el Custodio del Redentor.
 La frase citada puede contener mucho de anecdótica, pero expresa el amor que hay dentro de Madre Clara para el Esposo de la Virgen María, ya en la redacción del Reglamento de 1915, casi podíamos decir en la etapa uterina de la vida de las Carmelitas de San José,  Madre Clara María tenía muy clara la paternidad espiritual y la confianza en la protección de San José para la naciente comunidad, por eso en una frase contundente escribió:   Reglamento para la Comunidad de las Hermanas Terceras de Nuestra Señora del Monte Carmelo, fundada en Santa Tecla el año 1915 en la casa convento de Belén con el nombre de Teresas de San José.
 Si queremos encontrar el secreto de la vida admirable de Madre Clara María de Jesús no puede ser otro que su amor práctico a Jesús, José y María.

Roberto Bolaños Aguilar

 



[1]    Quizás deberíamos consultar el no menos curioso libro en tres grandes volúmenes del Padre Arturo Rodríguez sobre la Poesía de Madre Clarita.  Admirable obra de este sacerdote carmelita que dedicó mucho tiempo a buscar las fuentes, el significado gramatical y sintáctico, así como la simbología de las 16 poesías escritas por Madre Clara María.

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Meditación 9

Meditación 9

MADRE CLARA MARÍA Y LA MÚSICA.

Las personas de espíritu más elevado han sido siempre muy sensibles a la belleza y a la fealdad.  Después de su conversión  la prueba más dura para San  Francisco de Asís fue el encuentro con el leproso, putrefacto y nauseabundo, que acabó con el gran gesto de autovencimiento que fue el beso que Francisco dio al hermano enfermo.  Pero Francisco siguió siendo una persona  poética y musical, como lo demuestran algunos de sus escritos: Loado sea mi Señor por el hermano sol…

 Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, los grandes maestros de Madre Clara, fueron  escritores de altísimas dotes poéticas y musicales: Mi Amado, las montañas/  los valles solitarios nemorosos/ las ínsulas extrañas/ los ríos sonorosos/ el silbo de los aires amorosos, / la noche sosegada/ en par de los levantes de la aurora/ la música callada/ la soledad sonora: la cena que recrea y enamora.
 San Alfonso María de Ligorio fue poeta y músico de notables vuelos, tal como lo demuestran sus composiciones musicales barrocas entre las que queremos destacar el Dueto entre el Alma y Cristo y la Cantata de la Pasión.
 En realidad, casi la mayoría de los santos de la Iglesia han sido amantes de la música porque ella es una de las expresiones más sublimes del alma humana.  Parafraseando a Platón el gran músico romántico alemán  Ludwig Van Bethoveen,  dijo que  “La música es la más alta de las filosofías”.[1]
 Es claro que los santos, aunque en algunos casos vibraron intensamente con la música popular e incluso llegaron a recoger las melodías  populares para hacer canciones a “lo divino”,  con mucha frecuencia disfrutaban de lo que, en general, podríamos llamar “música clásica”, sea religiosa o profana.
 La música, de modo especial la música sacra, pensaba el Papa San Pío X,  debe estar inspirada en los textos sagrados y elevar el espíritu a Dios, esto sin negar los recursos técnicos y la belleza propia de la música.
 La Sierva de Dios, Madre Clara María de Jesús,  gustaba mucho de la música popular, como los villancicos que se cantan en la noche de Navidad,  o las lamentaciones que se entonan en la Semana Santa. Los piadosos cánticos a la Virgen María y los alabados al Santísimo Sacramento del Altar.  Pero su sensibilidad espiritual la llevó a sentir verdadero placer estético cuando escuchaba la música de los clásicos.   Escuchando una vez la Serenata de Schubert,  trasportada de emoción exclamó: Al que no le gusta la música creo que no le gustará ni el cielo.
 Claro está que nuestra capacidad de apreciar y disfrutar la música está en proporción a nuestra preparación musical, aunque Santo Tomás de Aquino piensa que lo bello es lo que agrada a los sentidos sin más.  Sor Genoveva del Buen Pastor cree que Madre Clara María había recibido en su infancia y adolescencia lecciones de música, porque sabía leerla e incluso corregía a sus hermanas cuando daban alguna nota falsa en una interpretación musical.
 Su amor a Jesús hacía que fuera muy exigente en la celebración litúrgica, sea del Oficio Divino o de la  Santa Misa. Debido a eso quería que el canto fuera verdaderamente  armonioso para que agradara a Aquel que se merece lo mejor.
 Para ello estaba deseosa de que sus hijas aprendieran el sublime arte de la música y el canto.  Un día compró un piano de segunda mano, que por cierto transportaron unos reclusos de la penitenciaria,  e inmediatamente colocó un pequeño cartel con las hermanas que se prepararían musicalmente y los horarios de clases y ensayos personales.  Esto sucedió posiblemente a principios de  1925.
 Las hermanas avanzaban en sus conocimientos y técnicas musicales, de modo que cuando Madre Clara María regresó de su viaje a Roma en busca del  visto bueno de la Santa Sede para su Congregación, las hermanas quisieron sorprenderla con una bien preparada y ensayada velada musical.  Las Crónicas de Belén recogieron el recuerdo de aquel hecho:
 Madre Genoveva y Madre Isabel Melara tocaron Las Dos Hermanas; Madre Teresa del Niño Jesús, la Serenata de Schubert;  Madre Lidia Flores, El Miserere;  Madre Concepción Varela,  Canción de Cuna y Madre Magdalena del Sagrado Corazón, Loy Don Bal.
 En su poesía también está presente la música en su dimensión cultual. Madre Clara María pensará con frecuencia en el canto de los coros angélicos: 
 ¡Oh celestiales coros! ¡ presto !, ¡ venid !, ¡bajad !
¡Tañendo vuestras arpas! Quiero a mi Dios cantar.
Sencillos pastorcitos: Prestadme aquella voz
¡Con que alegres cantasteis! ! Al que es vuestro Dios ¡   [2]
 El 8 de diciembre de 1928, día de su feliz tránsito al cielo, por primera vez Madre Isabel de San José y el coro formado por las niñas del hospicio cantarían la misa en honor a la Inmaculada concepción de María.  Madre Clara, por prescripción médica, estaba recostada en su habitación, pero al terminar la celebración, salió para decir a las hermanitas del coro: ¡Han cantado como los mismos ángeles!
 Los que la conocieron, afirman que la Sierva de Dios poseía una hermosa voz.  Poco después de la misa se inició la Hora Santa al final de la cual el coro entonó un cántico a la Santísima Virgen María, uno de los grandes amores de Madre Clara.  La tradición de las Carmelitas de San José afirma que el canto que las niñas cantaban era: Es tu nombre, dulcísimo Virgen, una rosa cortada del cielo.
 Ya no pudo cantar con el ancho caudal de voz que Dios le había dado, pero en voz muy baja,  como un hilito de agua cristalina, hizo segunda al coro de las niñas.
En unas cuantas horas se apagaría su voz para siempre, pero el canto de amor a Dios que fue su vida sigue resonando en este templo espiritual que es la Iglesia.

 Roberto Bolaños Aguilar



[1]    Platón escribió que “la filosofía es la más alta de las músicas”, frase en la que es fácil descubrir un trasfondo pitagórico.

[2]    El Báculo A.

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Meditación 8

Meditación 8

Monseñor Pérez y Aguilar y 

Madre Clara María.

 Sin duda, uno de los grandes prelados que ha tenido El Salvador fue Monseñor Antonio Adolfo Pérez y Aguilar,  Obispo de San Salvador desde 1888 y Primer Arzobispo de El Salvador desde 1913 hasta su santa muerte el 17 de abril de 1926.
 En la historia de las Carmelitas de San José tuvo parte muy principal, al ser él quien aprobó los Estatutos de creación de la  Hermandad de Terciarias Carmelitas de Santa Teresa y San José de vida común el 7 de octubre de 1916.
 ¿Pero… cuál fue en realidad el papel que tuvo el Ilustre Arzobispo de la Fundación de las Carmelitas de San José?  Llama la atención que en la tradición y las Constituciones de la Congregación de fundada por la Sierva de Dios Clara María Quirós se diga que ésta realizó la fundación a instancias del Arzobispo de San Salvador, como si la idea y la iniciativa hubiera partido de él y en última instancia fuera Monseñor Pérez y Aguilar el verdadero Fundador.
 La primera vez que Doña Clara de Alvarado se encontró con el Obispo de San Salvador fue durante la Visita Canónica que éste realizara a la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Santa Tecla en el año de 1891.  Ella estuvo presente en una reunión que tuvo el Obispo con las cofradías y hermandades de la Parroquia, pues era la Tesorera de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores.  En esa ocasión Doña Clara recibió el elogio del Prelado por la manera clara y actualizada con que llevaba las cuentas de la Hermandad.
 No tenemos noticia de otros encuentros entre ellos hasta que Doña Clara de Alvarado anda en trámites para la fundación de una Comunidad de Terciarias Carmelitas en una pequeña casa que con grandes esfuerzos habían construido las Carmelitas en los terrenos de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, que también se hallaba en construcción, para  lo que contaron con el apoyo decidido del celoso sacerdote  José María López Peña, entonces Director de la Cofradía del Carmen.
 Al menos en dos ocasiones a través de la Curia Arzobispal, las Terciarias Carmelitas de Santa Tecla fueron reconvenidas por el Arzobispo a quien desagradaba el proyecto de una Fraternidad Carmelita.  A finales de 1914 Doña Clara de Alvarado y algunas compañeras se instalaron en la casita junto a la Iglesia del Carmen para iniciar su proyecto de vida fraterna en común.
 En estos años, la gran preocupación, entre otras naturalmente, del Arzobispo Pérez y Aguilar era lograr que los Padres Jesuitas se hicieran cargo del seminario de la Diócesis. Quiso la Providencia que se desencadenara en México una persecución contra la Iglesia Católica que hizo que los Padres de la Compañía buscaran refugio en nuestras tierras.  Así realizó, Monseñor Pérez y Aguilar, el deseo tan largamente acariciado de tenerlos al frente del Seminario y de la Iglesia de La Presentación  que después se llamaría Iglesia San José.
 Fue el párroco del Carmen en Santa Tecla, P. José María López Peña, quien había solicitado al Arzobispo a dos padres jesuitas para que colaboraran con él en el apostolado.  Monseñor Pérez y Aguilar, sin embargo, lo que hizo fue trasladar al Padre López Peña a la basílica del Sagrado Corazón de Jesús y nombrarlo Canónigo Teologal de la Catedral y conceder la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen a los Padres de la Compañía. En el contrato que se hace con el Provincial de los Jesuitas de México se dice que las Hermanas Terciarias Carmelitas que viven en los terrenos de la Parroquia no tienen ninguna injerencia en su administración, ni en su apostolado, pero, el  Obispo, ve como más conveniente para la administración parroquial y la comodidad de los religiosos de San Ignacio que las Carmelitas abandonen la casa que habitaban. 
 Un día, a principios de febrero de 1915 llama a Doña Clara de Alvarado, Priora de la Comunidad, para manifestarle su decisión.
 –        Doña Clara, quiero que me dé su casita en la Iglesia del Carmen, dijo el Obispo.
–        Para Dios, respondió la Sierva de Dios, mi casa, mi corazón y mi vida, Excelencia.
 Es en este momento cuando el Arzobispo de San Salvador se da cuenta de la grandeza espiritual de Madre Clara María. Sin más es capaz de desprenderse de algo que a ella y sus hermanas les ha costado años de esfuerzos y sacrificios. Todo sea para la mayor gloria de Dios que redundará del apostolado de los Padres Jesuitas.
 Aquel gesto de obediencia a la autoridad eclesiástica y de desprendimiento total de los bienes terrenos, obtuvo la benevolencia del Prelado para la obra de Madre Clara que estaba dando sus primeros pasos y entonces pensó que con la fundación del Hogar Adalberto Guirola el Convento de Belén se quedaría desocupado, ¿por qué no entregarlo a las Terciarias Carmelitas para que continúen allí su proyecto de vida fraterna en común?  La solución le pareció conveniente y propuso a Madre Clara que se trasladara con sus hermanas a Belén.
 Las compañeras de Madre Clara no aceptaron el traslado y cada una volvió a su casa, dando por concluido el proyecto.  Madre Clara, no, con sus escasas pertenencias se trasladó el 18 de febrero de 1915 al maltrecho convento de Belén.  Se trataba de comenzar de nuevo.
 Poco a poco Dios fue concediendo a la Fundadora compañeras que se entusiasmaran con su proyecto de vida fraterna carmelitana y servicio amoroso a los más pobres entre los pobres. 
Durante estos primeros meses de permanencia en Belén, Madre Clara fue redactando un pequeño y simple reglamento para la convivencia de la comunidad. En él fue mezclando sabiamente elementos espirituales, ascéticos y disciplinares, aunque el documento está muy lejos de los tecnicismos jurídicos que acostumbran las curias eclesiásticas.
 Desde su palacio el Arzobispo seguía atentamente los acontecimientos de la pequeña comunidad de Belén, por lo que en octubre de 1916 consideró que había llegado el momento de formalizar a la pequeña comunidad de Belén; para ello, elaboró o mandó elaborar, unos Estatutos que regirían la vida de las Terciarias Carmelitas. Estos Estatutos, que intentan traducir jurídicamente, aunque sea de forma lejana,  el Reglamento escrito de puño y letra de Madre Clara, fueron aprobados por el Cabildo de Catedral el 7 de octubre de 1916.  La inauguración de la Hermandad de Terciarias  Carmelitas de vida común quedó fijada para el día 14 de octubre de 1916, víspera de la fiesta de la Madre Santa Teresa.
 En la mente de Monseñor Pérez y Aguilar estaba bien claro que la comunidad de Belén era un grupo de fieles laicas, pertenecientes de la Hermandad de Terciarias Carmelitas, que deseaban llevar vida comunitaria, tal como lo permitían las Reglas de la Orden Tercera del Carmen.  En otros protagonistas las cosas no estaban tan claras:  El Padre José María López Peña siempre había tenido la idea que se trataba de una nueva Congregación Religiosa y como tal se refirió siempre a ella, desde las páginas de El Carmelo, ya en el año de 1903.  La misma idea parece manejar el Padre José Encarnación Argueta al predicar los retiros previos a la erección canónica de la Comunidad de Terciarias Carmelitas y, sobre todo, en aquella emotiva escena de cambio de nombre que tuvo lugar ocho días después de la inauguración.
 Madre Clara también era consciente en aquellos primeros años que lo que ella había fundado, con el consentimiento del Arzobispo, era una comunidad de Carmelas del siglo.  Algunas expresiones  suyas confirman esta idea:  “Yo lo único que quería era que las cuatro viejas muriéramos juntas”, “Nunca pensé que sería fundadora.”, y no lo dice sólo por humildad, lo dice de verdad.
 En todo caso la iniciativa viene de Dios a través de un sueño que nos relata hermosamente Sor Genoveva del Buen Pastor, en el que la Sierva de Dios ve manifiesta la voluntad de Dios para que inicie la fundación de una Congregación Religiosa en regla.
 El Arzobispo sigue apoyando a Madre Clara, como cuando destina una parte de las ayudas recibidas para apoyar a la comunidad de Belén damnificada por el terremoto de 1917, pero no entiende el proyecto de la Sierva de Dios, ni le da continuidad, incluso en una comunicación al Nuncio de Su Santidad Monseñor José Marenco llega a incluir a las Carmelitas de San José entre las congregaciones religiosas nacidas en su Diócesis y consulta a la Santa Sede si la erección canónica realizada por él es válida para la erección de un Instituto de Vida Religiosa femenino de votos simples.
 Consulta sí, pero no actúa, pues todo era tan fácil como que él debía enviar a la Sagrada Congregación para los Religiosos la documentación referente a la piadosa asociación de fieles que pretende convertirse en Instituto Religioso, solicitando el visto bueno de la Sagrada Congregación.  En la misma inquietante inactividad se quedó su sucesor Monseñor  José Alfonso Belloso y Sánchez.
 Madre Clara, mujer de contemplación activa como todas las fundadoras,  decide tomar en sus propias manos el negocio de la aprobación romana del Instituto y emprende un largo viaje a la Ciudad del Vaticano entre junio y octubre de 1925.
 La Curia Arzobispal, sin embargo, no le brindó ni el apoyo ni la información necesaria, como lo harían posteriormente con las Hermanas de Bethania. Pareciera que hubo falta de comunicación entre los protagonistas, pareciera que  el Arzobispo quitó su apoyo a Madre Clara en el último momento, porque pensó que el proyecto no estaba suficientemente maduro, pareciera que hubo bastante negligencia en la Curia Arzobispal en el tratamiento de este asunto.
 Las relaciones de colaboración entre Madre Clara y el Arzobispo Pérez y Aguilar siguieron siendo francas y cordiales, ella, sobre todo, continuó siendo la hija obediente de la Iglesia que había sido toda su vida.  El Arzobispo murió en abril de 1928 y Madre Clara María de Jesús en diciembre de 1928, la aprobación diocesana de las Carmelitas de San José no se logró sino hasta 1962 y la pontificia en 1982.
 Aunque la tradición carmelitana y sus mismas Constituciones hablan de Monseñor Antonio Adolfo Pérez y Aguilar como el que indicó a Madre Clara María la fundación de las Carmelitas de San José, parece no ser cierto, o su participación tan importante, en los orígenes de la Congregación de Carmelitas de San José. Su papel se redujo a hacer lo que un obispo en estos casos: dar su aprobación al carisma de la vida religiosa en su Iglesia particular.
Roberto Bolaños Aguilar
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