Meditacion 3

La Educación de Clara del Carmen.

La tarea de educar a los hijos es una de las más nobles e importantes que pueden asumir un hombre y una mujer a quien Dios le ha dado el don de los hijos.

La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia hace conciencia a los esposos de la obligación que asumen al traer hijos a este mundo, que no consiste sólo en procrearlos y alimentarlos, sino en educarlos, es decir, facilitarles el camino para que en el futuro puedan llegar a ser adultos libres y responsables,  que asuman con gozo sus deberes para con la sociedad en que viven y con la Iglesia a la que pertenecen.

En este sentido educar es potenciar todas las cualidades de la persona humana, tanto en el orden físico, como psicológico, social, moral y espiritual.  Los padres son los primeros responsables, por derecho natural, de la educación de sus hijos, tarea en la que pueden ser ayudados sea por el Estado o por la Iglesia, pero esto sólo de manera subsidiaria, de modo que los padres no pueden ni deben descargar la obligación de la educación de sus hijos en nadie.

Hemos hablado de la educación que Clara del Carmen recibió en su hogar, pero también sabemos, por su primera biógrafa, Madre Genoveva del Buen Pastor,  que asistió a un colegio de los que existían en ese tiempo en la ciudad de San Salvador.  ¿Sería el mismo del Profesor José María Cáceres?  ¿ o el de la señorita de origen francés Agustina Charvin?  Lo cierto es que su educación intelectual  podemos descubrirla en sus escritos posteriores, de manera especial en sus Poesías, en sus conocimientos musicales y matemáticos, en su hermosa caligrafía, algo muy importante en aquellos lejanos años, y en el dominio aceptable que poseía de la lengua de francesa.

La inteligencia de Clara del Carmen no era de tipo especulativo, sino más bien práctico, con cierto predominio de los aspectos volitivos,  esto en consonancia con los énfasis educativos de la época, hicieron de la Fundadora de las Carmelitas de San José, una persona sumamente disciplinada, atenta al cumplimiento de su deber, sin perder por ello la espontaneidad, la alegría y el salero que la caracterizaron.  En este sentido es dable afirmar que Madre Clara María  pedía a sus hermanas que hicieran bien las cosas, sobre todo aquellas que, como la Liturgia, se refieren a la gloria de Dios, pero sin excesos, teniendo siempre en cuenta el amor del prójimo.

Aunque suene a anacronismo podemos decir que Madre Clara María tuvo un alto coeficiente de inteligencia emocional, que la hacía saber ubicarse en el contexto en que vivía y proyectarse de manera positiva en él.

Jerónimo Gracián, el notable escritor español autor de “El Criticón”, decía que “la verdadera universidad son los libros”.  Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo sabemos que la formación continuada es una necesidad si no queremos quedar desfasados en los cambios constantes de nuestro mundo.  Aun en los momentos difíciles de su vida, Madre Clara María,  tuvo el hábito de la lectura de buenos libros, sobre todo de espiritualidad, lo que a la larga le dio un conocimiento extraordinario de algunos autores como San Agustín, San Juan de la Cruz y, de manera especial, la Madre Santa Teresa de Jesús.

Gracias a los estudios del Padre Arturo Rodríguez sobre las Poesías de Madre Clara, podemos darnos cuenta de su vida intelectual, de sus lecturas, de las influencias que tuvo y, sobre todo, de su admirable conocimiento de la Sagrada Escritura, sin duda el libro que más influencia tuvo en su vida, adelantándose en  muchos años al Concilio Vaticano II que puso en manos de los laicos las páginas abiertas de la Biblia.[1]

San Alfonso María de Ligorio respondió a una comunidad de religiosas que le escribieron para pedirle que les enviara cilicios y cadenillas para la penitencia, que les enviaba “un lote de libros espirituales que más que los cilicios les ayudarían a ser santas”.

No quisiéramos presentar a Madre Clara María como una mujer de hondas preocupaciones intelectuales, pero si destacar la importancia que en su vida tuvo el interés por el conocimiento y la formación del intelecto  y del espíritu.

Roberto Bolaños Aguilar.



[1]    Con esto no queremos afirmar que antes del Concilio Vaticano II la Iglesia no hubiera dado importancia a la lectura de la Sagrada Escritura entre los fieles laicos, basta recordar la obra del Papa San Pío X, pero sí que a partir de entonces se ha dado de una forma más intensa.

 

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